La curvatura de la córnea

11 mayo 2006

Los pasillos de Urgencias

Los pasillos de Urgencias tenían un jefe. Oreja Cortada hacía gala de conductor virtuoso en el laberinto hospitalario, ejercía su autoridad sobe camas, camillas y sillas de ruedas pero no pudo evitar el atasco entre el control de enfermeras y la sala de espera de rayos x.
Pelo Rojo llevaba pintada en la cara su falta de veteranía, conducía en silencio — un silencio que me pareció provocado por un piercing en los labios, un candado que daba la sensación de prohibir cualquier movimiento labial — «Vamos a hacer un poco de sitio» me dijo con un mohín y me quedé mucho más tranquilo. Movió la cama que yo custodiaba, repitió la operación con un par de camillas y cuatro sillas de ruedas hasta que alivió el colapso circulatorio.
Oreja Cortada apareció por arte de birli birloque desbarrando por la comarcal que enlaza con la conexión que lleva a la autovía dirección a traumatología. Gesticulaba al compás ostentoso de brazos y piernas. Pelo Rojo dejó de sonreír mientras Oreja Cortada farfullaba algo sobre un palmo de terreno. Iracundo movió de nuevo todos los vehículos estacionados y se fue dejando el cruce de caminos convertido en un lío de muy padre de señor mío.
Pelo Rojo se encogió de hombros, tomó los mandos de la cama de Chica Triste y abandonó el embotellamiento al ritmo alegre de un silbido tropical. Los sufridores pacientes y sus acompañantes nos quedamos tocando el claxon de la desesperación en los atestados pasillos de Urgencias, a la espera de que algún médico o sucedáneo nos diese en visado para la soñada atención sanitaria de calidad.

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