La curvatura de la córnea

30 octubre 2006

La foto

La primera vez que lo vi estaba sentado en uno de los bancos que acaban de instalar en la confluencia de la Avenida del Compromiso de Caspe con la oficialmente bautizada Ronda Hispanidad y que todo el mundo llama el Tercer Cinturón.
La cabeza cumplía los cánones de pelos entrecanos escapando grasientos de la opresión de un gorro lanar de descolorido multicolor. Los ojos cerrados a la sombra de cejas pobladas con avaricia, la nariz aguileña reinaba sobre el rostro esmerilado que presentaba una expresión tranquila y distante, como si tras la presencia corpórea hubiera otra dimensión a la que el resto de los mortales no teníamos acceso. Me pareció muy voluminoso, como si llevara cinco o seis jerséis bajo el gabán gris apurado y lleno de lamparones.
La primera impresión fue la de un mendigo dormitando al sol, pero su mano rugosa y extrañamente blanca, transmitía excesiva tensión para asir un carrito de la compra del que sobresalía una manta antigua, de las que usaban los soldados españoles en las décadas del silencio tecnócrata. En aquella crispación mecánica quise ver el hartazgo al que se veía sometido al tener que vigilar el baúl de sus recuerdos.
La Madre era su vecina, una estatua plantada sobre césped y a la sombra de unos arbolitos de los que desconozco la filiación, no había color, todas las miradas, tanto de conductores como de peatones, eran para él.
La idea de la foto surgió tras imbuirme en su hedor. El olor rancio fue como un imán que me atrajo hasta quedar pegadito. Esperé a que abriera los ojos para pedirle permiso. No lo hizo y su rostro permaneció inmutable con párpados despatarrados, desganados y sin intención de recogerse. Los jerséis se movían al ritmo acompasado de inspiración-expiración y eso me tranquilizó.
La cámara digital encuadró la imagen soñada: Un primer plano del mendigo dominaba la parte izquierda de la composición, a su espalda el telón de una valla publicitaria en la que el gentleman de Johnnie Walker iba en pos de unas letras doradas en la que se podía leer Keep Walking.
El visor mostraba exactamente lo único que quería conseguir del indigente, lo único que me interesaba, sin embargo, cuanto más tiempo pasaba menos fuerzas tenía para pulsar el disparador. ¿Esperaba a que el mendigo abriera los ojos para dotar de más vida a la imagen? ¿La confrontación entre la mirada humana y la serigrafía publicitaria? No lo se. Tal vez hacia tiempo para que aquel menesteroso se decidiera a darme una sonora patada en el culo por mi osadía al utilizar su figura como modelo de un mensaje que plasmaba las contradicciones de nuestro tiempo. Elegí off, guardé la cámara y pensé que el blog de imágenes La Mirada de la Córnea se había perdido una foto estupenda.
Desde aquel día me he topado con él muchas más veces, siempre bajo el auspicio promocional del güisqui y en el mismo banco. Me gusta pensar que mejora las poses de una manera consciente, para fastidiarme, para decirme que aquella foto frustrada sólo era lo peor de su repertorio, así que, además de tomar el sol con los ojos cerrados lo he visto tumbado con las manos enlazadas tras la nuca o sobre la barriga, sentado mientras un gato negro salta de sus hombros a la cabeza o encaramado en el asiento para disfrutar de un partido de fútbol en el campo del Santo Domingo de Silos.
¿Por qué no hice la foto? Cada día me hago la misma pregunta y aún no he encontrado la respuesta.

27 octubre 2006

Se fue

El odio dejó su sitio a la indiferencia. La diferencia entre esta situación y la anterior fue mínima. La verdad es que eso me alegró porque lo que yo creí odio tal vez no lo era. A lo mejor sólo fue una rabieta prolongada en el tiempo, como cuando mi padre me prohibía chupar de los botecitos de leche condensada La Lechera y yo lo castigaba con la apatía de mi presencia en forma de niño tumbado sobre las baldosas frías del número nueve del Barrio del Piojo.
Se fue mientras me preparaba un bocadillo de atún en aceite. Lo hice sin manchar las hojas de mi último relato, ese que estoy corrigiendo y que tantas satisfacciones me ha dado durante la última semana. Salió por la cerradura de la puerta, llamó al ascensor y se marchó.
No nos despedimos porque en el fondo siempre hemos sido unos extraños. Es verdad que habitaba dentro de mi cuerpo pero siempre lo ninguneé como el desconocido que era. Un día me preguntó por la posibilidad de abandonar lo terrenal y alojarse en mi alma. Le tuve que recordar que no tenía mucha fe en la existencia del alma pero que aún con todo no iba a permitir que estuviera zascandileando de aquí para allá sin rumbo fijo y dando por saco. No volvimos a hablar y cuando se marchó ni siquiera nos dedicamos una mirada.
Al principio temí que su presencia corrompiera el resto de mi vida, pero aquello que yo identifiqué como odio era mucho más inofensivo de lo que decían las revistas femeninas, los suplementos semanales y algunos poemas de rima libre con florituras de chantilly. A veces me amargaba algún recuerdo pero poco más me estorbó
Todavía, al cerrar la puerta de la calle, miro hacía atrás por si en un descuido vuelve a ocupar su puesto. Espero que estas precauciones me duren poco y aquello que me parecía odio y tal vez no lo fuera, se convierta más pronto que tarde en una lejana presencia.

25 octubre 2006

Finales de octubre

El limpiaparabrisas necesitó ciento veinte kilómetros y un aguacero tropical para adecentar toda la mugre acumulada durante el trimestre del olvido. Noventa días de asueto arrengado en el sofá que todavía no he llevado a la tintorería de las buenas excusas. Doce semanas de olfatear el cartón piedra de una vida de pega, de ojos cerrados al grito y oídos tapiados al gesto hirsuto de la impotencia. Tres meses de peregrinación hacía ninguna parte, viajes sin reflexión, sólo contar las líneas discontinuas que permiten sobrepasar al resto de desmemoriados: Una tribu atrabiliaria con cambio automático, lector multifunción y confiados al oráculo de un navegador terrestre con conexión espacial a un satélite oxidado. Vigilancia Sideral para tiempos de omisión y por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa en un rosario de golpes tan embusteros que ni duelen ni dañan, que sólo son ruido arrastrado por los limpiaparabrisas más baratos que encontré en las estanterías marrones del Carrefour. Delirio de tres horas, pagué sólo dos y le dejo una con la que se sentirá un humano tan cojonudo que regresara de nuevo a la carretera bacheada, a las líneas discontinuas que ahora son amarillas, a la lluvia tibia de un octubre primaveral que terminará, como cada año, en el panteón de espectros del Tenorio.

23 octubre 2006

La Montaña de Arcilla

Hace un mes escribí una entrada de alborozo. Se tituló Un texto para Alejandro Pastor. Era el anunció de que una vieja historia había vuelto a mis garras. Ha sido un mes duro pero creo que he encontrado el desarrollo y el lenguaje adecuado para el texto, sin perder de vista mis limitadas condiciones.
El final nada tiene que ver con aquel que soñé y despertó de nuevo mi curiosidad, como casi siempre, los recovecos de la escritura guardan sorpresas inesperadas tras las teclas.
Esta noche le he puesto el título definitivo: La Montaña de Arcilla. Pero falta el duro trabajo de volver a leer, corregir y vuelta a empezar durante las veces necesarias hasta depurar lo ya escrito. Eso lo dejaremos para mañana.
Deseo con todas mis fuerzas que los once folios de Garamond cuerpo 12 y doble espacio tengan la suficiente calidad para que la cruel tijera de lo desechable no destroce el trabajo realizado hasta ahora.

19 octubre 2006

Poemas como rosas (III) La sentencia

SENTENCIA NÚMERO 112
JUZGADO DE LO OLFATIVO Nº 5
EN NOMBRE DEL REY
En la ciudad de Zaragoh!za durante un día de ligera neblina y trafico atascado.
Visto por mi, D. Geranio Maceta de los Esquejes, Magistrado-Juez de este perfumado Juzgado de lo Olfativo a instancias de la Autoridad de Efluvios Etéreos y Municipales contra Don Javier López Clemente, y atendiendo a los siguientes antecedentes de hecho:
Primero.- En fechas que no viene al caso porque el calendario ha desaparecido de este Juzgado, el demandado se dedicó a expandir un sospechoso perfume a rosas por el portal número cuatro de la calle Comuneros de Castilla, de una punta a otra de calle Silvestre Pérez, la bromita se extendió por el populoso barrio de Las Fuentes hasta embriagar por completo una Zaragoh!za inmersa en las tradicionales y bullangueras Fiestas en Honor de Nuestra Señora la Virgen del Pilar. La cosa no se paró aquí y afectó al resto de la Comunidad Floral de Aragón y otras zonas geográficas muy alejadas de estas tierras de jotas, secano y chufla, chufla como no te apartes tú como Palencia y Las Palmas de Gran Canaria.
Segundo.- El citado Don Javier López Clemente fue detenido en su vivienda habitual por la eficaz Patrulla Mixta de Accidentes Aromáticos sin mostrar resistencia y colaborando con la autoridad competente hasta el extremo de preparar bocadillos de jamón y unas cervecitas frescas que fueron consumidas con deleitación por bomberos, protección civil y policía local. Este hecho presenta una inusitada novedad para este Magistrado por lo que es considerado muy positivamente y, pese a no catar ninguno de los manjares citados, se considerará como una acción ciudadana digna de tenerse en cuenta a la hora de juzgar los hechos probados. Así mismo me permito la licencia de felicitar personalmente al acusado por su hospitalidad y buen hacer con los mencionados cuerpos de atención al ciudadano. Sin embargo, me atrevo a sugerirle que para próximas ocasiones, si las hubiese, piense también en el Juez de Guardía que suelen preferir el bocadillo con jamón de denominación de origen turolense y pan de pueblo convenientemente untado con tomate criado al amor de la ribera del Ebro.
HECHOS PROBADOS
Primero.- El acusado se dedicó a leer poemas versados en temas florales y amorosos.
Segundo.- Que la intoxicación olorosa empezó en la calle Comuneros de Castillas donde el acusado ejerció el noble oficio de niñero, eso sí, sin la debida titulación y preparación académica que es necesaria y obligatoria, bien es cierto que al ser un hecho aislado y dentro del círculo familiar, este Juzgado no dará aviso al Negociado de Falsos Niñeros y Otros Desmanes Infantiles.
Tercero.- Que el acusado, en vez de dar el pertinente aviso a las autoridades municipales especializadas en efluvios y olores regresó a su domicilio dónde activó en ordenador con la insana intención de propagar el leve conato oloroso ayudado por las nuevas tecnologías de la informática hasta convertirlo en una amenaza, no sólo local, si no nacional. Este Magistrado, así mismo, queda a la espera de recibir notificación oficial o periodística sobre la posible extensión a otros países de nuestro entorno con lo cuál debería de apearse de estas diligencias para traspasar trastos, papeles y demás pruebas de instrucción a entes superiores de ámbito europeo como el Tribunal Supremo de Olores Personales y Efluvios Florales.
FUNDAMENTOS DE DERECHO
Único.- La cuestión que constituye el objeto del presente pleito no tiene una clara referencia en la legislación actual, ni en ámbitos locales, ni regionales, ni nacionales, ni europeos, ni siquiera extracomunitarios y mucho menos anglosajones, sudamericanos, africanos o japoneses. Por lo tanto, ante esta incomprensible sequía legal, me basaré en aquello que me dicte mi abultada y eficaz entre pierna.
FALLO
Que desestimo la demanda contra Don Javier López Clemente, DEBO ABSOLVER Y ABSUELVO a éste de la demanda formulada en su contra.
Así por está sentencia, de la que se colgará una copia en la bitácora La Curvatura de la Córnea, la pronuncio, mando y firmo.
Notifíquese a las partes con indicación de que el citado Don Javier López Clemente podrá leer, expandir y publicitar todo tipo de poemas florales y amorosos aunque con ello envuelva el mundo entero de aroma de rosas.

18 octubre 2006

CIS

Estoy requetecontento porque acabó de hacer una encuesta para el CIS.

17 octubre 2006

Demetrio Aldous (III)

Entró pensativo e inmediatamente tarareó la canción que sonaba en El Café Laurel. Arrastraba un maletín al que no estaba acostumbrado, tal vez por eso lo abandonó junto a la barra, hizo un cambio de dirección y se sentó en la primera de las mesas. De un pequeño bolso a lo bandolero sacó una libreta de notas con tapas negras. Escribía deprisa, como si tuviera miedo a que aquellas ideas desaparecieran de su mente antes de plasmarlas en tinta. Llevaba una cazadora vaquera con tres chapas: La clásica lengua estoniana, las sombras perfiladas de los cuatro integrantes de U2 y una tienda de campaña de las que se usaban en las playas durante los veranos burgueses.
Al quitarse la cazadora pude ver el retrato de Gabriel García Marquez impreso sobre una camiseta gris. Fue como una señal así que actué sin pensar, recogí la cartera olvidada junto a la barra y me acerqué a entregársela.
— Perdona — le dije. — Creo que ha olvidado su cartera.
— Gracias — me contestó. — No la he olvidado, sólo la he dejado fuera de mi alcance para poder decidir mejor.
— A veces sopesamos demasiada información para solventar las cuestiones más simples.
— Si, es cierto. Tienes toda la razón. Es una decisión simple.
El camarero llegó en ese momento, era guapo, alto y muy delgado. Sobre pantalón y camisa blanca llevaba un delantal color gris perla que lo ceñía, embutía y estilizaba. Él pidió un cortado y me hizo una señal con las cejas para que pidiera, me decidí por consumir lo mismo que mi interlocutor.
— ¿Te gusta Gabo? — le interrogué para no caer en le peligroso abismo del silencio.
Agachó la cabeza y observó durante unos segundos la imagen de su camiseta.
— La estreno hoy — contestó. — He pensado que si llevo camisetas con mis grupos y cantantes favoritos puedo hacer lo mismo con los escritores.
— Es una buena idea. Sería estupendo que alguien llevara una camiseta con mi fotografía.
— ¿Eres escritor?
La pregunta me pilló por sorpresa y sólo pude reír nervioso mientras buscaba una respuesta brillante.
— Escritor es una palabra muy grande para que se me pueda aplicar. Pero lo cierto es que me gusta contar historias.
— Contar no es lo mismo que escribir.
Lo dijo mientras hurgaba en la cartera de la que sacó una carpeta de cartón azul.
— Bueno, a mi me gusta escribirlas.
— Te voy a hacer una pregunta y quiero que seas sincero.
— Vale… seré todo lo sincero que pueda ser.
Con la mano derecha cogió un folio y con la izquierda una cuartilla, las levantó hasta parecer crucificado y me miró a los ojos para interrogarme.
— ¿Qué formato te gusta más para confeccionar un fanzine?
Estuve a punto de preguntarle que era un fanzine para ganar algo de tiempo, pero ¿que clase de pseudo escritor hace ese tipo de preguntas? Miré alternativamente a una mano y a la otra hasta que me decidí.
— Creo que la cuartilla es un tamaño más cómodo, elegante y efectivo.
— Eso mismo me acaba de decir Flash. — Dejó caer el folio al suelo y sentenció — Esta decidido, El tamaño cuartilla será el nuevo formato de Linotipia.
— ¿Linotipia? —pregunté.
— Si, Linotipia. Es un fanzine casero que elaboro gracias a mi cuñado que me deja el ordenador y a un compañero del trabajo que me escanea las imágenes. Las palabras son cosa mía y lo voy rellenando como puedo, la distribución la hago entre familiares, amigos y compañeros. Hasta ahora he conseguido que tenga una frecuencia mensual y siempre ando a la caza de colaboradores que quieran escribir en sus páginas.
— ¿A cuanto vendes el ejemplar? — tuve la valentía de preguntar
No se si fue la cuestión o el tono serio con que la hice, el caso es que sus carcajadas acallaron los decibelios electrónicos.
— ¿Tú eres escritor, no? Tal vez te interese hacer algo underground, sin compromisos. — Lo preguntó cuando consiguió la seriedad del más serio de los editores y prosiguió, esta vez con entusiasmo — ¿Te gustaría contar alguna de tus historias en sus páginas?— Por supuesto que tu colaboración será gratuita…por cierto, ¿cómo te llamas?
— Demetrio Aldous — lo dije despacio, muy despacio porque temí que un tipo ataviado con una camiseta serigrafiada con el retrato de García Márquez me podría descubrir.
— Yo me llamo Javier López Clemente aunque puedes llamarme Javi. ¿Demetrio Aldous es tu nombre de verdad o es un pseudónimo? Lo digo porque me tendrás que decir como quieres que aparezca tu firma en el próximo número.
Estuve a punto de contarle la verdad de mi vida. No lo hice pero comencé a colaborar con él. Escribí muchos cuentos para el fanzine y Linotipia, pese a su limitada distribución, fue una excelente escuela que me ayudó a recuperar el ritmo narrativo que había perdido. Pero Javier se fue deshinchando poco a poco pese a conseguir que cada número fuera mejor que el anterior hasta alcanzar un alto nivel de calidad. Pero la edición no era una tarea tan apetitosa como él esperaba, él prefería escribir. Si no recuerdo mal se publicaron 46 números.
Manuel Gabas era un lector del fanzine y cuando este desapareció me propuso colaborar en su página Web. Entonces nació El Fotomatón. Fue una idea de Javier que me gustó porque fue un reto creativo aunque duró muy poco. Esta vez la culpa fue mía y de la sesión de noche en la que conocí a Cecilia.

Continuará.

15 octubre 2006

El Gran Circo Mundial

Los empleados de FCC estuvieron desbrozando los hierbajos que habían crecido durante todo el año, una maquina alisadora acondicionó el solar, tres postes metálicos con electricistas trepadores suministraron la energía eléctrica y se abasteció la zona de agua potable a través de una manguera rígida, negra y con vocación circular.
Corría por el tercer cinturón desde Las Fuentes en dirección a Torrero. Iba a ritmo como para batir mi marca de los ocho kilómetros cuando al pasar junto al Parque Torreramona vi la carpa del Gran Circo Mundial. Una valla sin relumbrón sitiaba todo el recinto y a través de tan suave cerco pude alcahuetear las caravanas acicaladas de geranios, claveles y un millón de floridas macetas, un huerto de antenas parabólicas orientadas hacia la globalización catódica y el camión dormitorio en cuyas literas aún dormían los peones. El campamento se despertó al sonido infantil de niños ataviados con libros, cuadernos y carteras. Se dirigían a una particular escuela ambulante con techos de lona. Los artitas de la ilusión ambulante se asomaban a la mañana todavía perezosos, como naciendo a una realidad de desayuno y rutina doméstica, empujados hacía un solo objetivo: Poner a punto la maquinaria del mayor espectáculo del mundo.
La tarde se hizo noche en la última fila del graderío circular y las luces de colores inauguraron la función. El Circo me gusta porque las emociones se sienten a flor de piel, porque no hay trampa ni cartón, porque me maravilla como la técnica, la fuerza, la habilidad y el ingenio se unen en busca del aplauso, el respeto y el más difícil todavía. Un maravilloso mundo representado en la pista, un lugar mítico en el que no se tiene en cuenta ni el sexo ni la raza de los protagonistas, allí dónde sólo cuenta el espectáculo: La belleza bailó contradiciendo las leyes de la gravedad, lo hizo a veinte metros de altura, prendida de dos largos retales granates que retorció, acarició y anudó con tanta suavidad que cuando el sueño se desbarató, el cuerpo de la artista estuvo a punto de estrellarse contra el suelo y el grito angustiado del público puso broche final a la fantasía.
Cien mil chinos entre saltos, cabriolas y acertados brincos para traspasar los círculos superpuestos de algún templo milenario. Tal vez cien mil fueran pocos ante el despliegue de correrías, elevaciones y veloces demostraciones de las infinitas formas que las artes marciales ayudan a conocer y amar nuestro cuerpo. Un millón de chinos con millones de gorros, la cabeza siempre cubierta por uno de ellos y el resto venga a girar y a girar que de tantas vueltas ya no supe ni cuantos chinos ni cuantos gorros había. El malabarista de los tropecientos aros, mazas, pelotas de fútbol y un frenético baile entre el aire y sus manos. Los caballos blancos trotaron por peteneras la música del far west, los leones somnolientos soñaban tristones con las sabanas de Kenia mientras los elefantes bailaron tan desenfadados como voluminosos. Un señor corre que te corre sobre una rueda suspendida en el aire hasta que nuestros corazones se escaparon por la garganta, el número del payaso lo había visto tantas veces que me maravilló cuando la sonrisa regresó a mis labios, los equilibristas de la pista se movieron con pasitos cabareteros sobre la cuerda floja, el mago que surgió del humo hizo desaparecer una y otra vez a tres bailarinas, los gimnastas de pantalones anchos bailaron a ritmo de rap mientras el tiempo pasaba en un no parar. Pero lo mejor de la tarde volvió a estar en los niños. Fue mi sobrina Paula quien me propuso ir al Circo (creo que ya sabe que soy incapaz de negarme para según que cosas) Disfruté tanto de su ojos abiertos, tan abiertos que la boca siempre la tuvo cerrada, de su atenta expresión y de las manos. Manos extendidas hasta las puntas de los dedos, enfrentadas, preparadas para el aplauso pero estáticas durante muchos minutos, incapaces de moverse porque el magnetismo de la pista no dejaba respiro.
La noche recién estrenada nos recibió a la salida con estrellas y bombillas tintineantes. Hice honor a mi fama y busqué alguna motivación infantil que justificase mi pasión por el Circo El recuerdo llegó y no era una evocación a la niñez: El Circo Mangani exigió, de una vez por todas, el tiempo y la valentía necesaria para abrir la carpeta verde, desempolvar los folios y terminar tan apasionante como inacabado relato.

13 octubre 2006

Poemas como rosas (II)

La sinfonía de sirenas traspasó el sueño perfumado en rosas hasta instalarse bajo mi balcón. Desperté en medio del sobresalto: El olor todavía permanecía. Salté de la cama, abrí la ventana y observé como un ligero manto de rosa palo cubría, a semejanza de la niebla, toda la calle de Silvestre Pérez hasta desparramarse con suavidad a tolo lo largo y ancho que mi mirada podía abarcar.
El tráfico estaba cortado por la presencia de un coche de la policía local, una cuadrilla de Protección Civil y un camión escalera de los bomberos. Los policías hablaban con el camarero del Bar Miguel que, indecente e indecoroso, señalaba si miramientos las ventanas de mi casa. Noté cierto revuelo con mi presencia y vi como un par de bomberos empezaban a accionar la escalera mecánica que iba ganando altura muy lentamente.
Un par de timbrazos me sacaron de la quietud absorta en la que me hallaba. La televisión del portero automático no mentía, los dos policías locales me pedían sin asperezas que les abriese la puerta para un registro ordinario. Estuve tentado de no hacerlo pero abrí sin pedir más explicaciones.
Arremoliné el pijama sobre la cama y me vestí a la carrera. Salí a la puerta de la calle y esperé a los guardias.
— Buenos días maño — me soltó más fresco que una lechuga el más gordo de los dos.
— Buenos días los suyos — contesté mientras me florecía cara de tonto.
— ¿Es usted Don Javier López Clemente?
— Si señor, ¿ocurre algo?
— ¿Es usted el propietario del piso?
— A medias — intenté hacer una gracia — Aunque la que manda aquí es la parienta.
— Y… ¿está en casa la parienta?
— Pues no, señor guardia, esta trabajando. Pero dígame ¿ocurre algo?
— Mire señor López, a nada que usted tenga el sentido del olfato medianamente bien habrá comprobado que de su casa sale un olor a rosas que llega hasta Palencia. No, no ponga cara de asustado, ¡hasta Palencia!
— Señor guardia — intenté mantener la calma — que quiere usted que le diga. Eso es cosa del teclado del ordenador, ayer se puso a expeler ese aroma y yo no he podido hacer nada. ¿Hasta Palencia me dice usted?
— Eso lo tendrá usted que dilucidar delante del señor juez.
Mientras se producía esta conversación los bomberos habían accedido al balcón y entraron a casa aprovechando que había olvidado cerrar la puerta. Venían equipados con los trajes blancos que alguna vez había visto por la tele, en esos simulacros de guerra nuclear, química o bacteriológica. Portaban un extraño aparato que comenzó a pitar al llegar junto al ordenador, el que parecía el jefe hizo una señal y en menos de los que canta un gallo envasaron al vacío mi equipo informático.
El olor desapareció, la neblina rosa de diluyo en un periquete y los peatones que alcahueteaban en las aceras de la calle rompieron en un fragor de aplausos
— Ya lo siento —me dijo el menos gordo de lo guardias— pero son las normas. — Y me esposó con cierta torpeza.
— ¡Esto es una atropello! ¡Si ni siquiera me han leído mis derechos y desconozco la acusación!
— Tiene derecho a guardar silencio y a llamar a su abogado, si no tiene uno se le asignará de oficio. Todo lo que diga a partir de este momento podrá ser utilizado en su contra. Se encuentra detenido por un delito grave de contaminación olorosa del tipo rosa rosae.

11 octubre 2006

Chiquilladas


“Eso son chiquilladas” es una frase hecha a la que deberíamos prestar más atención. Los chiquillos tienen una mirada sobre la realidad muy peculiar, libre de esclavitudes sociales y sin mácula de maldad. Estos son algunos de los factores que hacen muy interesante la obra del autor francés Raymond Cousse que durante estas Fiestas de Pilar se representa en el Teatro de la Estación bajo el título de “Chiquilladas”.
Los actores José Carlos Marín y Jesús Bernal se mueven en un espacio que ellos mismos transforman como si la vida estuviera constituida por un puzzle y para decorar cada nueva situación, sólo fuera necesario cambiar de lugar las piezas. Este juego de volúmenes consigue dotar a los intervalos entre escenas de una agradable movilidad.
Los adultos estamos acostumbrados a escuchar a los niños con la esperanza de que nos va a hacer reír con sus ocurrencias, el público que ve “Chiquilladas” también se resbala por esa senda de lo jacarandosos que se ofrece sobre el escenario. Pero en todo momento se nos invita a escarbar un poco sobre la superficie, a traspasar lo gracioso para vislumbrar la realidad oculta de lo social, lo humano y hasta de lo divino.
Los niños nos descubren, por ejemplo, que en los entierros no todo el mundo llora, de hecho en las misas de funeral sólo lloran las dos filas de delante, alguna persona en los bancos de mitad y al final del final, allí dónde todo el mundo esta de pie, allí nadie llora.
Los zagales miran a los adultos, al espectador, y lanzan sus embarazosas preguntas llenas de raciocinio y lucidez para encontrarse con resabiadas respuestas anticonceptivas, salidas por la tangente y elucubraciones más o menos brillantes. Y cuando estas preguntas versan sobre las creencias religiosas más arraigadas, la situacón alcanza cotas de surrealismo celestial divinamente desternillante.
A cada escena se nos ofrece el mismo juego; mientras los niños se muestran joviales y ocurrentes, los adultos vemos reflejada la cruda realidad cortada por el patrón de unas actitudes que nos hemos encargado de depurar hasta la más insoportable hipocresía. Nuestra realidad no supera la prueba del algodón de la mirada infantil y este descubrimiento produce la risa nerviosa del que ha sido pillado en falta o una profunda emoción ante la verdad revelada.
Al volver a casa, entre saltimbanquis callejeros, mariachis y todo el ambiente festivo que se respiraba por el centro de ZG ZCiudad, me pregunté si sería capaz de volver a tener la mirada del niño que fui.

10 octubre 2006

Nada


Fotografía de Alberto Monteiro

Nada. La novela de Carmen Laforet es una linde por la que todos saltamos cada mañana. La visión dual del mundo, un mundo hogareño (y olvídate de lo suculento que suena hogareño), frente a toda la maravilla que guarda el mundo exterior pintado de calles, amigos y luz, en este caso la de Barcelona.
Dos mundos distintos que sin embargo están enlazados por las partituras que nunca acabamos de descubrir en el devenir de la vida. Uno es la casa, el encierro, la humedad y el eco sordo de la convivencia; el otro reclama libertad, nuevas experiencias, aire, lluvia y cielo. Y en esos mundos encontrados, dentro de cada una de ellos, toda la gama de colores para que los grises aparezcan a ambos lados de la raya.
Andrea, en primer plano, recorre con mirada atenta todos y cada uno de los escenarios, nos lleva de la mano a conocer cada pincelada de vida, de muerte, de amor y de odio, de las dificultades que encontramos las millones de veces que cruzamos la frontera que separa el interior del exterior. La narración no deja de ser un viaje de ida y vuelta, uno de esos viajes de los que regresas siendo otra persona o no eres nada.
¿Quien no se ha sentido atrapado entre dos mundos? ¿Entre lo cotidiano y la brillantez? ¿Entre lo propio y lo extraño? ¿Entre la literatura de verdad de ahí fuera y las ensoñaciones de aquí dentro?

09 octubre 2006

De fiesta

Me he sentado ante el teclado que todavía huele a rosas. Lo he hecho con buen ánimo pero ha servido de poco. Tengo que continuar con la historia de Demetrio y terminar antes de un mes un relato para un concurso. Ambas historias están perfiladas en mi cabeza pero las teclas recelan de mis ocurrencias, huyen, se escapan. Las vocales se han ido de parranda al Casco Viejo, la eñe busca trabajo en el circo y los números han formado una charanga bullanguera que ahora recorre las calles del barrio.

06 octubre 2006

Poemas como rosas

Para David y su jardín de rosas.

Recogí de mi bandeja de entrada el ramo de rosas que me envió Demetrio. Imprimí tan tentador poemario como quien lleva la hora, literalmente, pegada al culo. (No dejo de asombrarme, y perdón, por haber escrito en la misma frase: poemario y culo)
La precipitación venía determinada porque tenía que hacer de niñero. Mis cuñados tenían la mañana ocupada con sus trabajos y mi sobrina guardaba cama con algún retro virus o virus tecno o…¡vamos, que no estoy seguro! Atendí con paciencia a todas las indicaciones de pastillas, jarabes, zumos, purés, baberos, termómetro y no sé cuantas zarandajas que, lo reconozco, empezaba a asustarme.
Paula y yo nos quedamos solos, ella dormía sin ningún miramiento así que aproveché para extender sobre la mesa del comedor los poemas de Demetrio. Estaba nervioso y no conseguía el sosiego necesario para leer con tranquilidad. Para mi era todo un evento poder leer aquellos textos. Me puse serio e intenté leer con la ortodoxia que me enseñaron en el colegio. Primero la primera hoja, después la segunda y así sucesivamente. Nada más alejado de la realidad. Las pasé sin orden ni concierto. Fui de adelante hacía detrás y viceversa. Di saltitos entre las impares y no me atreví con las pares menores de 18. Me detuve en muchos versos a la vez que sentía la necesidad de leer, inmediatamente, los siguientes.
Este caótico comportamiento fue solucionado por la realidad. Paula comenzó a gimotear, pucheros, lloritos, más gimoteos, absorbió los mocos en varias ocasiones y rompió en un llanto de tropecientos decibelios. Puse todo lo mejor de mi escasa experiencia con arrumacos, cancioncillas desentonadas, ea ea la nena, hice el pino, el mono, imité a Chiquito de La Calzada, al Neng y a Demetrio Bisbal. Poco a poco me hice con la situación. Paula se arrulló en mi pecho y volvió a dormirse tras beber un poquito de agua.
Ya no tenía ganas ni para versos, ni para rosas, ni para zambullirme en el mundo onírico de pétalos, pasión y engaños. Pasé el resto de la mañana sesteando en el sofá, aniquilando mi propia personalidad abstraído por el tentador ejercicio del zaping.
Regresó mi cuñada contenta y agradecida con mis prestaciones como niñera. Yo volví a casa deseando continuar la lectura.
Migue ya se había ido al trabajar en el turno de tarde. Sentí la casa vacía pero un excelente olor en el dormitorio y el pasillo me devolvió el ánimo. Era su perfume. Comí poco y me dispuse a saborear tan apetitosos poemas.
Sonó el teléfono. Era mi cuñada con la voz un poco alterada. «Hay un tremendo revuelo en toda la escalera porque un intenso olor a rosas se ha propagado por todo el edificio. Y ese olor, Javi, proviene de mi casa. ¿No habrás estado haciendo alguna de tus excentricidades aprovechando mi ausencia, verdad?»
No respondí. Más tarde recordé uno de los poemas

Las rosas no existen que no las he visto.

Su fragancia perturbadora persigue mis pasos,
se atrincheran en la parada del bus.

Camino asustado sobre pétalos y hojas
para huir del miedo.

Busco rosas por las esquinas y barandas
del querer. Rosas campestres del pasado.

En la floristería añil del alma:
Claveles y violetas.
En el tiesto húmedo del corazón:
Margaritas con pétalos del sí.
Por los trigales marinos del amor:
Amapolas.

Busco rosas que no encuentro.

Ahora os tengo que dejar porque un aroma de rosas esta invadiendo la habitación. La fragancia parte del teclado, del monitor, de la impresora. Empiezo a marearme y tal vez debería reiniciar el equipo.

03 octubre 2006

Demetrio Aldous (II)

Husmeaba en el buzón de correos las cartas hipotecarias cuando vi a Cecilia al otro lado de los cristales de la puerta de la calle. Estaba desencajada. El corazón me dio una voltereta. Nunca la había visto así, siempre tan encantadora, con la sonrisa adecuada, la palabra justa, simpática y amable en todo momento.
Los chillidos no eran estruendosos y se quedaban ahogados en la comisura de los labios dejándole una figura grotesca porque la gesticulación no correspondía al escaso volumen de su reclamo que se quedaba prácticamente inaudible. La mano derecha golpeaba la puerta y en la izquierda blandía una hoja de papel.
Cuando llegué a la altura de la puerta, justo antes de abrirla, dejo de gritar. La sombra de la seriedad conquistó su rostro. «Demetrio se ha ido»
Nos sentamos en el poyete exterior y estuvimos callados un buen rato.
— No vas a leer la nota. — Me dijo Cecilia.
— No hace falta.
— Explica porque se ha ido.
— Se ha ido porque desde que lo conozco no le he hecho ni puto caso. ¿Te acuerdas del día que me llamó a la playa?
—No, no sabía que te había llamado.
— Me llamó a Gandia muy alborotado porque había empezado a flotar en el aire ¿y que hice yo? Además de no hacerle ni caso, me descojoné y estuve más borde que un mono cabreado. Y para más coña me invento el relato “Cena de cumpleaños
Ya te dije que le gustaba salir en tus relatos. Además tampoco has escrito demasiados textos con Demetrio como protagonista. Déjame pensar… “La fila”, “Mezclar Cajones”, “La Senda Vilas”, “La Senda Vilas II”, “Voyeur”, “Incapaz” y “Complementos
— Eso da igual ahora. El caso es que Demetrio se ha ido porque me he comportado como un garrulo…
— Pero Javi —me cortó Cecilia— él no tenía derecho a contarte su pasado y además esperar que lo creyeras, ¿a quien se le ocurre ir diciendo por ahí que eres el personaje de una novela?
— A ti te lo dijo.
— A mi me lo dijo porque le quería. Vamos, que le quiero. Javi, le quiero con locura.
— ¿Y a mí? ¿Por qué me lo dijo a mí?
— ¿Recuerdas dónde os conocisteis?
— En el Café Laurel. Andaba agobiado con el número cero del fanzine Linotipia. No encontraba nadie para escribir un cuento y me parecía bastante absurdo intentar editar una revista y que todos los textos fueran míos. Fue él quien se acercó a preguntarme…
— ¿Sabes por qué lo hizo? — Me quedé mudo. — Porque llevabas una foto de Gabriel García Márquez serigrafiada en tu camiseta. Nunca te lo confesó pero Gabo fue el autor que lo ideó. Apareció en la novela…
Le cerré la boca con la suavidad del dedo índice y me caí del guindo. ¿Cómo se me había pasado tan asombrosa coincidencia?

¿Continuará?

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01 octubre 2006

De Texas a Monreal

La bienvenida tuvo lugar en el Texas, vestigio de lo que era el antiguo y tradicional tubo zaragozano. Estaba sentada en un taburete. Nos recibió con sus rizos dorados, el moreno perenne de Benidorm y ese peculiar acento mediterráneo que tanto me gusta. Hacía cuatro meses que no nos veíamos y un «Javi, estás más delgado», bastó para alegrarme el día, la noche y la distancia que recorrimos por la calle Libertad peripuestos de lechecillas, madejas, ballenitas, champiñones, huevos rotos y montaditos de jamón. A cada bocado un trago, y a cada trago una nueva veta de conversación entre la crónica de las últimas fiestas patronales de Utrillas con sus mediocres orquestas, hasta la frustración que arrastro desde la noche que esposa y amigos no me dejaron entrar al local que María Jesús y su Acordeón regenta en Benidorm, para ello utilizaron la intimidación psicológica y algunos métodos violentos, demasiada artillería cuando mi propósito era muy simple: Disfrutar del mega éxito de Los Pajaritos en vivo, en directo y acompañado por una ingente cantidad de pensionistas deseosos de marcha palillera, bailes de salón y pensión completa a precios asequibles. Todo un tratado de emociones fuertes del que yo no me reiría porque hacía esa edad de oro nos dirigimos sin prisa pero sin pausa.
La hora empezaba a ser prudencial cuando algunos se fueron al calor de los ritmos house de la Sala Oasis y los menos afortunados nos encaminamos hacia la cama para estar en perfecto estado de revista cuando llegase la hora de cumplir con la maldición divina del bendito trabajo. Y en ese paseo hasta las sábanas no puede evitar recordar el Monreal. Un bar de los de antes. Estaba enfrente del Texas, al ladito de dónde había comenzado la noche. También estoy seguro de mitificar sus mesas y bancos de madera al fondo a la derecha, un rinconcito en el que merendamos todos los días de la semana que Migue pasó en ZaraGoza para oficializar su titulación de costurera bajo la sabiduría del método Vázquez y adquirir la condición de técnica en pediatría que tan buenos resultados le da conmigo. De su barra metálica donde nos reuníamos los inmigrantes de condición estudiantil. De una llamada que hice desde su teléfono público para enterarme que la lotería de Navidad nos regalaba medio kilito que gastamos en arreglar la cocina. De los besos entre raciones de papas bravas, servilleteros amarillos de Kas, cañas y otras dos cañas más.
Dicen que el Monreal yo no existe porque Puerta Cinegia ha traído la innovación al centro de ZG ZCiudad, sólo de pensarlo me da la risa y sueño por un casco histórico moderno, peatonal y festivo que ocupara desde La Madalena hasta el Teatro del Mercado.