La curvatura de la córnea

28 agosto 2006

Un paseo de sombra y luz

Hacía más de una década que no pinchaba “Sombra y Luz” de Triana. Hoy ha sido el día del retorno y la música ha tenido un demoledor efecto añoranza.

Una vez oí contar una historia
que había en un cuento
al canto alegre del hombre
que es como el sol.
(Una historia)

El sol aplastaba el verano utrillense de 1980 para hacerse dueño y señor de las calles, las persianas hasta abajo y las cortinas corridas. Estoy en casa de mi hermana, tumbado en el suelo, en la oscuridad fresca del cuarto de estar. Antonio arregla la electrónica a lámparas de una televisión. La funda del L.P. me mira, se está quemando, igual que el dueño; un malagueño que se cansó de trabajar en las minas, pidió el finiquito de casi un mes y dejó un equipo estereofónico y esta magnífica grabación en la mesa de reparaciones de mi cuñado. Así llegué hasta Triana, entre los calores turolenses y por el hilo musical que me servía para ensayar los bailes del primigenio Miguel Bosé.

Quiero contarte niña
como cambia el sentido
de las cosas
como una puerta
ancha o estrecha
según tu forma de ser.
(Quiero contarte)


La primera vez que llame niña a Migue fue parar cantarle esta canción, todavía la llamo así, niña, a mi me gusta y ella, a veces, sonríe. Entonces daría el oro y el moro por saber que piensa. Tuve que cantar la tonada en muchas ocasiones, todas y cada una de las veces que las falsedades corrían a nuestro lado para tentarnos, para hacernos cambiar. Pero nosotros dale con la burra al trigo porque preferíamos la puerta estrecha y mantener nuestra forma de ser.
Lo recordaba perfectamente, lo espere con un poco de impaciencia, ahí viene, se acerca, un compás y dos. Ahí esta el silencio y el quejío. Que gusto, los vellos erizados como hace veinticinco años.

Una esquina cualquiera
y bajo la luz de un farol
dos jóvenes, hablan
y se cuantas sus vidas
la ilusión de aquel amor.
(Sombra y luz)


No era una esquina cualquiera, eran todas las esquinas de Las Casas Nuevas, bajo los árboles de la Fuente la Morera y las estrellas de Los Huracanes. No era un farol, eran todas las farolas municipales desde Los Pajares hasta la Replazeta. Allí nos contábamos nuestras vidas, dando por hecho que estaríamos juntos, una vida juntos. Algunas veces, pasado tanto tiempo, se nos olvida lo más importante: Seguimos juntos.
La guitarra flamenca de Eduardo Rodríguez R. y la entrada potente del bajo, ¡que arte en ese bajo de Manolo Rosa!, palmas y palmas, los teclados de Jesús de la Rosa por debajo y el grito de la tierra en la boca de Enrique Carmona.

Vientos y lluvias
asolan mi corazón
cada vez que pienso en ti,
una llama de luz y de pasión
limpia el camino
de sombras despiertas sin fin
has volver.
(Hasta volver)


Volver. La primera vez que volví después de tres meses de separación nos encontramos en los Jardines Florida, fue siempre así, se quedó como costumbre. Me vestí de prendas vaqueras y un clavel en el ojal. Ella me miró desde arriba hasta abajo y corrió a mi encuentro. Tras el abrazo y los giros me besó. Guardo ese sabor en la caja fuerte de la memoria y a veces, algunas veces, regresa. Cuando el latido de nuestros corazones recobró la normalidad, ella me quito el clavel de la solapa y lo tiró. Creo que el detalle cañí no le gustó nada.

Tiempo sin saber, ni donde estás
tiempo que se fue
sin avisar.
Pero intento descubrir
si la verdad
forma parte de mi ser
y de tu ser.
(Tiempo sin saber).

Sombra y luz. Verdad y mentira. Amor y odio. Ella y yo. Yo en el castillo, ella en la ribera. Tiempo y más tiempo.
Flamenco, mucho flamenco y de repente la sinfonía del rock. Genial.
Y al final vuelta a la sombra y luz.

27 agosto 2006

Procesión

Los sonidos procesionales eran de charanga. Me asomé al balcón. Era una procesión de verdad, no una procesión de las que suelen ir detrás de una charanga, no, una procesión con peana, beatas, mirones de acera y la Policía Municipal cortando el tráfico. La santa, creo que era santa, era portada por cuatro señoras de mediana edad y cuando descansaba la música lanzaban vivas que no logré entender; yo, por participar gritaba mi ¡viva! con mucha convicción. Regresé a la cama cuando doblaron la esquina y me quedé solo con el cierzo. Sabía que no iba a volver a conciliar el sueño.

25 agosto 2006

Una noche con Falete

Flash fue el primero que me hablo de la música de Falete «Buen disco» me dijo «aunque creo que el cajón tiene demasiada preponderancia» Esa fue una excelente pista porque a mi me encanta el sonido y la rítmica del cajón. Al día siguiente pude escuchar de un tirón los dos compactos que el cantante ha editado hasta el momento. Racial. Ese fue el adjetivo y de ahí no podía salir. Lo pensé a mitad del primer disco. Racial, nada más y nada menos que racial.
Con estos antecedentes no me podía perder la actuación de Falete en el patio del Centro de Historia de Zaragoza dentro del ciclo noches con sol. (Gracias a José Antonio Casillas que adaptó su horario de trabajo al mío y asistir al evento con comodidad)
Todas las sillas y las mesas ocupadas, unos pocos permanecíamos de pie en mitad del recinto y otros apoyados en la barra. Cierzo flojo y fuerte aplauso con la aparición pausada, gustándose, ajustado a tablas, paradita lateral junto a los guitarristas, desplazamiento con sentido hasta los medios, majestuosa inclinación de cabeza. ¡Olé Falete! así sale al escenario una estrella. Aún no había abierto la boquita y ya me tenía de su parte.
El sonido iba como un tiro aunque el volumen estuviera un poco alto y las guitarras tuvieran una ecualización demasiado metálica, yo prefiero algo más natural.
Todo giró en torno a la voz de Falete que es capaz de hacer suyo un bolero y llevarlo del más puro clasicismo hasta el flamenquito fresco. Canciones desprovistas de filigranas, de arreglos que en vez de tapar huecos ocultan la verdad. Era como si Mónica Molina o José Manuel Soto hubieran abandonado la senda de los violines y los teclados para desmelenarse. Falete dota a su interpretación de una personalidad arrolladora, sin gestos estridentes, contenido en las formas y desbordante en los tonos, en las caricias, en las cadencias. Porque Falete no sólo canta, Dios mío como canta, además siente todo lo que dice y hace participe al público de las emociones que traslada del corazón a la garganta. Se da, y eso siempre es de agradecer. En uno de esos momentos cumbres hizo una revolera con el mantón, el micrófono se fue al suelo y el cantaor continúo sin amplificación en la voz. Impresionante. Yo no había visto cosa semejante desde que la Orquesta Manci tocaba en Utrillas con el Chapito como testigo. Una trompeta en la balconada municipal, la otra en frente, en una ventana de la antigua Fonda del Belles, y todo el público disfrutando de el tema El Silencio con el juego sonoro que iba de un lado para otro de la Plaza del Ayuntamiento.
Hubo dos momentos entrañables que coincidieron con el homenaje a dos de las más grandes mujeres que ha tenido el mundo de la canción. A La Faraona se la alabó en una estrofa añadida a “Ay, pena, penita, pena” y para La Jurado hubo frases de agradecimiento y respeto antes de cantar uno de los temas clásicos en el repertorio de la de Chipiona. “Señora”, con sólo voz y piano, sonó extraordinario hasta en los silencios, silencios de sabiduría, de pararse allí dónde ahí que hacerlo, dejar al público suspendido y retomar la canción.
El tramo final del concierto se convirtió en una fiesta flamenca y gitana. Fue lo que menos me gustó, sin desmerecer las excepcionales voces del coro que dio muestras de un gran nivel, no fue por eso. Fue porque yo quería más Falete, más de esa cadencia que hace de “Teatro” una versión imponente, escuchar todas esas canciones que me arrebatan en disco para disfrutarlas en directo.
El arte de Falete esta a la altura de los grandes de la canción española, de la copla y del flamenco. Con esos tres elementos juega, los combina a la perfección para crear una personalísima visión de la música, del cante y de los sentimientos.

24 agosto 2006

Fabricando un soneto

Hoy me he levantado con uno de esos días tontos en los que me siento capaz de escribir un soneto. Cuarenta minutos de trote ligero, ducha y desayuno ascético para ayudar a la inspiración. Cuatro folios en blanco que manufacturo en ocho cuartillas, el lapicero del Forum que me regaló Agustín y la luz de un Agosto que vuelve a serlo, derramada sobre la mesa.
El tema siempre es el amor aunque nunca supere la rima de amante con pescante. Esta última palabra me lleva a utilizar términos marinos, imaginemos que nuestro latín lover esta en un yate. Aquí empiezan los problemas porque con yate sólo se me ocurre, debe ser por mi condición de obrero, la rima de dislate. A estas alturas decido abandonar, aunque acuden las palabras estrambote y capirote.
El primer intento fallido me ha costado dos cuartillas. Cambio de tema y lo intento con el devenir de la vida, que siempre rimo con corrida. Creo que es una jugarreta de mi subconsciente que antonimotiza la vida con los toros, y quedo absorto al bies de manoletinas y volapiés. Tengo que desechar movida, avenida y una extraña estampida.
Segundo intento fallido, otras dos cuartillas a la basura. Ya esta bien de sublimación. Hablaré del sexo puro y duro. Lo primero es incompatible y lo segundo no es imprescindible pero ayuda. Las dos riman con seguro y no sé… no me gusta que parezca tan políticamente correcto. Sexo puro, duro y seguro. Parece una campaña de la Conferencia Episcopal subvencionada por el Ministerio de Sanidad. Desecho canguro, apuro y bromuro.
Tercer intento fallido, otras dos cuartillas y van seis. Es mi última oportunidad pero tengo que aplazar tan inspirado momento porque la biología no perdona. En mi váter, mi mujer tiene otro, pero aquello es otro nivel, otro diseño, otros lujos, otro mundo. En mi váter, decía, esta colocado el container de la ropa sucia y sobre él siempre hay como mínimo: Un revista de corte cultural, un libro de artículos periodísticos de Gabriel García Márquez y un poemario. En estos momentos es Jaime Gil de Biedma quien se aloja en tan pulcro lugar. Uno, que siempre esta a la que cae, se llevó las cuartillas al retrete porque pensó en la remota posibilidad de cazar alguna idea del autor catalán. Fue una gran estrategia.
Una de las pocas cosas que funcionan bien en mi vida es el transito intestinal, así que la faena estaba acabada cuando terminé de leer el poema. Un texto revelador, impactante, de una lucidez extrema, sabio y que te coloca en tu sitio.
Es sin duda el momento de pensar
que el hecho de estar vivo exige algo,
acaso heroicidades –o basta, simplemente,
alguna humilde cosa común

cuya corteza de materia terrestre
tratar entre los dedos, con un poco de fe?
Palabras, por ejemplo.
Palabras familiares gastadas tibiamente.
(Fragmento de Arte poético)
El canutillo de cartón se descojonaba desnudo en el portarrollos. A la cuarta, diga lo que diga el refrán, va la vencida. Entre pesares y humildades usé las dos cuartillas que por fin sirvieron para algo útil.

22 agosto 2006

Trayecto

Trescientos kilómetros de garganta seca y silencio. Un silencio cobarde. Trescientos kilómetros de remordimiento y miedo. Miedo a no se sabe que coño. Trescientos kilómetros de Vía Crucis agnóstico y corona de espinas. Espinas virtuales de bitácora, espinas de mierda, putas espinas de mentira, de falso sufrir. Los cobardes no sufrimos, tal vez sólo sea el placer de la falsa desgracia. Toda mi falsa desgracia por un minuto de gloria.

Fotografía de Alberto Monteiro

20 agosto 2006

Junto al Duero

He recordado una tarde de otoño junto al Duero y un libro de Machado. Ella se abrazaba a los árboles. Yo hacía como que leía pero sólo la espiaba.

“He vuelto a los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio
tras las murallas viejas
de Soria –barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra-

Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
al son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas”
Antonio Machado

19 agosto 2006

Cena de cumpleaños

Demetrio invitó a su mujer a cenar en el entrebastidores. Lo hizo por el nombre, sin imaginar lo mucho que le iba a gustar la decoración minimalista de colores rotundos, la distribución del espacio, la cocina al alcance de los ojos como el escenario de un teatro y una mesa enorme sobre la que estiró el brazo para acariciar los nudillos de Cecilia.
— Feliz cumpleaños cariñocielotesoromiamor.
— Gracias chatín.
— ¿Chatín? — Interrogó Demetrio
— Si, chatín. Suena cariñoso, ¿no?
— ¿Cariñoso? Más bien suena asturiano. A este actor, ¿cómo se llama?
— Es que me dices zalamerías, y no sé… me he puesto nerviosa, ya ves. ¡Venga, vamos a elegir!
La carta del entrebastidores estaba conformada por platos sugerentes, de nombres muy largos y, aún con todo, las decisiones se tomaron con prontitud. De primero gazpacho de tomate con su helado, costrones de pan y espuma de aceite de oliva para él. Para ella el hojaldre con romesco de cacahuete y calamar asado, con ensalada de hierbas frescas. Ella eligió de segundo plato el muslo de pato rustido con salsa de chocolate y oporto pero lamentablemente esa noche el pato no estaba por la labor, así que se decidió por los buñuelos de bacalao con patatas al gratén. Él atendió a su condición de carnívoro y dio buena cuenta de la aguja de ternera glaseada con setas. Todo fue regado con Alquezar del Somontano porque tiene ese punto de aguja que tanto le gustaba a Cecilia.
La conversación derivó en un viaje a los recuerdos y esa querencia terminó en un intento frustrado por compartir el postre, por suerte, las cosas volvieron a su cauce y cada uno de los comensales se comió su propio helado entrebastidores con salsa de chocolate.
— ¿Tomaremos café? — preguntó Cecilia.
— A mi me apetece un cortado — contestó Demetrio. — Además tenemos que hacer tiempo… es la hora de los regalos.
Sobre la mesa, y sin saber muy bien por dónde había venido, apareció un bolso negro, alargado y con la glamurosa imagen de Audrey Hepburn.
— Me gusta mucho cariño. El otro día vi uno igual en La Ventana Indiscreta. ¿Sabes que tienda? Esta en… claro que lo sabes, seguro que lo has comprado allí.
— Fui a mirar camisetas, pero todas eran negras. Estuve a punto de cogerte una de Los Roper.
— Hombre, entre la maravillosa Audrey y los colores chillones de Los Roper... ¿Luego hicieron otra serie con el vecino como protagonista, no? ¿Cómo se llamaba?
— No lo recuerdo. ¿Vas a tardar mucho en mirar dentro del bolso?
— No cariño, no. ¿Qué libro has escogido esta vez?
— Se acabaron los viajes, he vuelto a la novela.
— ¿Cuando escribirás la dedicatoria?
— Ya lo he hecho.
— ¡Bien! Eso si que es una novedad. Sabes que algunos años has tardado más de un mes en hacerlo. Haber, haber.
Cecilia leyó en la primera página en blanco de “Mauricio o las elecciones generales” de Eduardo Mendoza. Susurró cada palabra y sus labios de rojo carmín pintaron una sonrisa al terminar la lectura.
“Creo que mi primer regalo de cumpleaños se lo compré a un artesano en la Plaza Santa Cruz. Era una casita de marquetería. Te lo entregué en los Jardines Florida una tarde que amenazaba tormenta. Estábamos sentados junto al Kiosco y me besaste. Después te enseñé el boletín de notas del Instituto: Aprobado con notable.
Han pasado veinticuatro años desde entonces y puedo afirmar sin temor a equivocarme que nuestro amor también ha aprobado con notable.
Feliz cuadragésimo primer cumpleaños.”
Cecilia se levantó. Le ocurrió lo de siempre, era incapaz de encontrar las palabras que deseaba para responder ante aquella muestra de cariño y sólo pudo acariciarle.
— Voy al baño. — Acertó a decir. — Será sólo un momento…
— Espera, aún hay más.
— ¿Más?
— Si, tengo otro regalo.
Demetrio buscó en el bolsillo interior de su chaqueta, extrajo el paquetito de sonrosado papel con la parsimonia de las grandes ocasiones y lo depositó en las manos de su esposa.
— No me digas que es una joya.
— Ya sabes que no me gusta regalar joyas pero… ¿quien sabe?
Cecilia se puso a la tarea de abrirlo de inmediato. Demetrio la interrumpió, cerró con besos las prisas de sus uñas y la abrazó por la cintura.
— Mejor lo abres en el baño — le dijo.
Llegó presurosa, olvidó retocarse el ligero maquillaje y abrió el regalo. Bajo el papel se encontró un envase de plástico metalizado. La carcajada nerviosa llegó tras el primer segundo de sorpresa. Era un anillo.
Lo conocía perfectamente aunque era la primera vez que lo tenía entre sus manos. La semana anterior habían estado hablando de él en el programa Channel de la cadena Cuatro. El play vibrations de durex era un dispositivo que se colocaba en la base del pene, se ponía en marcha la vibración de la protuberancia diseñada para estimular el clítoris y entonces llegaba la diversión y el disfrute sin límites. Era una excitante novedad en las relaciones sexuales porque convertía el miembro masculino en un potente vibrador.
Cecilia salió del baño como unas castañuelas, sólo pensaba en llegar a casa y probar la primera joya que Demetrio le había regalado. Se tropezó con el camarero que llevaba una cajita entre las manos.
— ¿Es nuestra cuenta?
— En realidad el señor ya ha pagado — contestó el camarero. — Ahora iba a llevarle el recibo y a devolverle la Visa.
— Espera un segundo. —Cecilia guiñó un ojo al camarero y hurgó en su bolso.
Llegaron los dos juntos hasta la mesa.
— Ya veo, chatín, que no vamos a tomar café.
— Aún estamos a tiempo.
Demetrio levantó la tapa. Entre la dolorosa y su tarjeta encontró una deliciosa sorpresa. El tanga negro de Cecilia estaba allí como signo inequívoco de que la noche sólo había hecho que empezar.
Se comieron a besos en la puerta del restaurante, bajo la luz de las estrellas en el Parque Bruil y sobre el pequeño puente de madera que une las dos orillas del Huerva. La lívido impregnó el trayecto del ascensor hasta el sexto piso, de allí salieron sofocados y medio desnudos.
Demetrio fue directo a la cama, se tumbó boca arriba, confió en aquella consistente erección y pensó que iba a ser una gran noche. Cecilia abrió un par cajones del sinfonier, sonrió traviesa y entró al baño. Antes de cerrar la puerta chistó a su marido.
— Psss, no perdamos tiempo — Cecilia le tiro el anillo estimulador. — Ponte la joyita en el sitio correcto, chatín.
Demetrio lo tomó entre sus manos. El látex se adaptó con eficacia al diámetro de su pene y lo introdujo sin problemas. Una vez colocado pensó que si la protuberancia estimuladora estaba en la parte superior la penetración tendría que ser en la posición del misionero. Intentó girarlo para ver como quedaba el apendice por la parte de abajo. No pudo hacerlo porque tropezó con un diminuto interruptor y el dispositivo se puso en funcionamiento.
Las vibraciones eran suaves, casi imperceptibles. Al fin y al cabo, pensó, estaba diseñado para la estimulación clitoriana, y en una zona tal delicada no se puede andar a zancochazos. No podía parar aquella agradable sensación y se puso un poco nervioso. Poco a poco se dejo vencer y empezó a disfrutar de aquellos ínfimos impulsos en la base de su pene. Las ondas mantenían la frecuencia y la intensidad que se fue expandiendo a lo largo y ancho de la erección.
Cecilia salió del baño con movimientos gatunos, decididamente desnuda y bruñida de sol. Lo hizo en el momento cumbre. Contempló estupefacta la vigorosa eyaculación de su marido.

18 agosto 2006

Hedonismo horizontal

Embarcado en el hedonismo horizontal, he descubierto el placer de entrelazar los dedos de las manos y colocarlos en la zona más baja del esternón, allí donde nace la barriga.

15 agosto 2006

Podría culpar

“A base de ser feliz trato de tapar mis penas” (Violadores del Verso)
Podría culpar a las rondas de quintos de Ámbar en Las Vegas, a las cañas de Estrella Dorada en la barra de Los Mayorales durante la sesión vespertina del baile, a los porrones de cerveza que circularon entre las deliciosas tapas del Bar Las Piscinas, al excelente caldo riojano que llevó Carmelo a la cena, a Doña Anna de Codorniu que llegó a los postres, al DYC del cortado, al licor casero, gallego y de hierbas que Juan puso sobre la mesa, al Brugal con Coca-Cola de nuevo en la barra de Los Mayorales pero en la sesión nocturna del baile, a los Jackies en El Templo, o a los chupitos fucsia de almibarado sabor que contra resté con un sin número de tubos.
Incluso podría culpar a la Orquesta Duende. Negados para los ritmos clásicos de verbena, inaudibles, en volumen y afinación, en todo tipo de músicas. Un desastre. Deberían haber acabado en el abrevadero y que me perdone Don Santiago Auserón.
He intentado recordar el momento exacto, ese instante anodino y estúpido, el segundo fatal en el que dejas de controlar tus actos, se funde un fusible y te da igual uno que ochenta. Pertrechado de machete he retrocedido en el tiempo para desbrozar resaca y confusión hasta no llegar a ninguna parte. Esto es lo que recuerdo.
Estaba apoyado las paredes del edificio desde dónde se gestiona la Comarca de las Cuencas Mineras. Lloraba a mares con el desconsuelo de los afligidos, jirones de rabia mezclados con babas y la cabeza entre las manos.
— ¡Ey! ¿Qué pasa?
Era un zagal muy joven, demasiado joven. Vestía camiseta de Fernando Alonso.
— Las penas pa´fuera. — El acento era claramente utrillense.
Me abrazó. Lo hizo con respeto, ni una pizca de cachondeo, coña o me voy a descojonar de este borracho.
— ¿Qué pasa con la vida? — Insistió mientras apretaba el abrazo.
— La vida siempre esta por resolver. — Le contesté.
— Y la verbena por bailar.
— Los bailes otro día, hoy estoy más pa´lla que pa´ki.
— No hay que evadirse, hay que vivir.
Ahí mi memoria se disparó y contesté rapeando.
— No estoy sereno, no hay razones para estarlo. No estoy sobrio, no hay razones para estarlo, para estarlo, con levantarlo, levantarlo. Si tenéis un litro levantarlo.
El zagal dio un salto y se puso en mitad de la calle.
— Las lágrimas — rapeó — no tienen horario. ¿A qué venís putas? ¿A qué venís?
Nos reímos a mandíbula batiente, chocamos las palmas de las manos y se fue más contento que unas castañuelas. Me costó mucho encontrarlo al día siguiente y cuando lo tuve frente a frente pude decirle las de palabras que fui incapaz de expresar la noche anterior, todas fueron de agradecimiento.
Atravesé la historia de miles de besos bajo el puente del Beltrán, crucé el baile sin ganas de bailar y me senté, de nuevo derrotado, en la sinuosa barra de lo que fuera El Gran Carusso.
— ¿Qué te pongo Javi? — me dijo Sergio.
Creo que ya no pude contestar, ni articular una palabra coherente en todo lo que quedaba de apenada noche. Sin embargo, el pensamiento funcionaó lo suficiente como para seguir rapeando aquello de “No importan litros o cubatas, marcas o mata ratas” Y a cada rima una nueva caída en la sima de la pena. ¿Qué coño hacía hiphoppeando un descerebrado de cuarenta años?
Me gustaría afirmar que controlé el nuevo aluvión de lágrimas hasta que regresé a las Casas Nuevas. No recuerdo el itinerario que me llevó hasta sentarme en el banco que inaugura la calle Aragón. Vomité con la avaricia del desahuciado. Hacía tanto tiempo que no saboreaba el sabor amargo de la bilis expulsada a cañonazos estomacales, las salvas de un gilipollas.
Me tumbé sobre los listones de madera. Las estrellas estaban allí aunque no pude encontrar a mi querida Casiopea. En un rayo de lucidez me interrogué por el delay de mi sueño, por las metáforas que algún día serán brillantes, por el odio a los adjetivos que me asedian, por el tiempo necesario para fabricar un hombre, por mi corazón y por el suyo, por todos y cada uno de mis fracasos, por la mediocridad rampante, por los tontos que me señalaban con el dedo y por el sitio de mi recreo.
Me levanté como un peregrino para recorrer los escasos cincuenta metros hasta llegar a casa. Esquivé la tapia de la guardería, el XSara Picasso de mi cuñado y las zancadillas que Dios me enviaba. Ante tanto obstáculo acabé por tropezar y caí sobre la acera como un lapo.
Supongo que el sueño venció al abraza farolas, al beodo, al tipo serio de palabras insulsas, al cronista de lo insípido, al borracho tratando de tapar las penas. Desconozco el tiempo que pasó.
El flash rebotó en mis zapatillas, me despertó y Vanesa Herrero hizo esta foto.

Fiestas de los Mozos 2006. Madrugada del 29 de Julio. Calle Escucha. Utrillas (Teruel)

13 agosto 2006

Bip, bip

Bip, bip. Lo ignoré aunque ya lo sabía, tendría que levantarme. Bip, bip. Desuní los dedos de las manos, los noventa kilos giraron ciento ochenta grados y abracé la almohada. Bip, bip. Saqué los pinrreles de la cama para mover con gusto los dedos, esta vez de los pies. Bip, bip. Abrí un ojo. Los números rojos del radio reloj despertador registraban las dos y diez. Resté con insomne desesperación, sólo quedaban tres horas para madrugarme y bip, bip. Abrí el otro ojo, ella dormía con la convicción de todos los días, como si fuera una religión, a pierna suelta. Bip, bip. La miré con detenimiento, desde los tobillos hasta el borde del camisón que dejaba desnudas las nalgas de mis deseos. Bip, bip. La habría acariciado hasta que los gemidos hubiesen acallado el bip, bip.
Bip, bip. Por fin me decidí Caminé a oscuras hasta el comedor iluminado por las farolas gigantes del Puente de las Fuentes. Sobre la mesa los discos de Violadores del Verso, Buika y Casa Limón. Bip, bip. Levanté el periódico atrasado del domingo y nada. Bip, bip. Retiré las latas de Ámbar y Ámbar Greeen y nada. Bip, bip. Aparté las cartas de Ibercaja, El Corte Inglés y la invitación de boda de Dani y Vanesa y nada. Bip, bip.
Bip, bip. Allí estaba, sobre el sofá. El muy ladino se camuflaba entre los mandos a distancia de la televisión, el deuvedé y la tedeté. Bip, bip. Lo agarré con desprecio para llevarlo hasta la otra habitación violeta, el sitio donde debería pasar todas las noches, al acogedor lugar entre el monitor Benq y la estación multifunción de hp. Bip, bip. Fue la mano derecha la que sufrió la vibración mientras la izquierda abría la puerta. La luz artificial y el cierzo se colaban ufanos desde la calle. Bip, bip. El segundo temblor desagradó a los dedos y a algún otro resorte porque, en vez de dejarlo en el cargador, lo tiré por la ventana. Antes de perderlo de vista lo pude escuchar por última vez. Bip, bip.

12 agosto 2006

espera

Era el quinto día de entrenamiento después del abandono injustificado de tan sana costumbre. Estaba contento. Dieciocho minutos a ritmo, sin pasar de las ciento cincuenta y cinco pulsaciones. Paré en al cruce del cuarto cinturón con Miguel Servet, demasiado tráfico para saltarme el cartelito que ha colocado el Ayuntamiento en los semáforos más peligrosos. espera. Desconozco como va la campaña, pero a mí, me entran unas ganas locas de cruzar cuanto más en rojo mejor.
Fue la primera vez que lo vi. Caminaba despacio, gesticulaba y hablaba solo. No me sorprendió, yo también soy aficionado a caminar conmigo mismo, muy lento y manoteando mis pensamientos. Se sentó junto a la barandilla del puente sobre las vías del AVE. Cuando lo rebasé me lanzó un grito de ánimo como si yo hubiera sido un ciclista «Alé, alé, alé» y levantó el pulgar de la mano derecha
Tuve que concentrarme de nuevo. El despiste y la ligera subida habían elevado mis pulsaciones a ciento sesenta y tres. Al llegar al nuevo acueducto del Canal Imperial ya había olvidado al hombre parlanchín y solitario. Di media vuelta.
Una de las cosas que más me gusta de correr cuesta arriba es que después lo haces cuesta abajo. Apuré el trote, me sentía bien, respiraba con facilidad y hasta me permití un ligero sprint a modo de homenaje.
Fue la segunda vez que lo vi. Se había levantado, ya no hablaba, tampoco gesticulaba, sólo miraba las vías. Lo hacía a través de la valla de protección. El corazón se desbocó, comprobé el pulsímetro. Era cierto, el ritmo cardíaco estaba muy acelerado, por encima de ciento ochenta, sin embargo la cadencia de la zancada era lenta, zarrapastrosa, casi irrisoria. Me detuve, ¡estúpido de mi!, para que las pulsaciones bajaran pero no lo hacían, al contrario, continuaban subiendo y subiendo. Alcé la vista incrédulo el tiempo suficiente para verle saltar por encima de las alambradas y dejarse caer en el vacío. El tren Zaragoza-Lérida pasó más despacio que nunca y mi corazón se paró definitivamente.
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La imagen la he tomado prestada de: http://inde.blogia.com/2006/080401-campana-para-entender-un-semaforo.php

10 agosto 2006

Como un tobogán

Dejé reposando en la cazuela las judías verdes con calabaza. Me tumbé en el sofá. Leía el libro Autos de Choque de Rodolfo Notivol.

“Un cartel a sus entrada decía: “Puente del Pilar”. Pero para todos era el Puente de Hierro. Las dos hileras de arcos metálicos se levantaban sobre los adoquines del suelo unos diez metros, veinte sobre el río /…/ La idea se le ocurrió a Marín. Era algo sencillo. Se trataba de escalar cada uno de aquellos arcos y dejarse caer desde la cima por el otro lado como un tobogán”

Recordé el collage que Guillermo me había enviado.


Javier López se ha ido de puente

09 agosto 2006

Oler el miedo

Ocurrió anoche durante el tortuoso camino que lleva al territorio del sueño. La respiración se cortó. Fue brusco. Me ahogaba. Salté de la cama mientras mi mujer gritaba «¿qué te ocurre Javi, qué te ocurre?» No pude contestar por falta de oxígeno.
Pasaron miles de horas y siempre supe que no iba a morir. Ella chillaba pero yo no veía pasar mi vida como en una película, ni avisté ningún túnel con iluminación al fondo.
La respiración llegó a trompicones, ella solita, sin que nadie la llamara. Carraspeé varías veces y todo volvió a funcionar con normalidad. Tardé bastante en dormirme y ahora, diecisiete horas después, aún puedo oler el miedo.
¿Qué me pasó?

08 agosto 2006

Junto al mar (VI)

Abandoné la arena como debió hacerlo Alfonsina en el mar. Caminé entre olas hasta no hacer pie, entonces nadé. Nadé por la noche y por el día, en aguas cálidas y frías, lo hice a braza y como los perros del Barrio del Piojo, divisé delfines, atunes y una sirena… del más feo de los barcos negreros. Nadé tanto que sólo me detuve al despertar.

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06 agosto 2006

Junto al mar (V)

Me gusta pasear por la playa a la hora que el sol se ha rendido y aún permanece sobre el cielo pero en clara retirada, unas veces a zambullirse en el mar, otras a ocultarse tras las montañas.
Los primeros paseos vespertinos por la playa se adecuaban a la condición física de mi cuerpo. Escogía un ritmo en el caminar y lo procuraba mantener tanto sobre la arena mojada como a expensas de los últimos restos del oleaje. Este año ha sido imposible continuar con esta tradición.
Todos somos conscientes de la masificación digital que nos rodea y la playa no iba a ser menos. En cada metro cuadrado de costa me encontraba con cientos de bañistas portando una cámara de fotos, otra de video y algún teléfono móvil con flash, teleobjetivo y pantalla panorámica. Con toda esta fauna tecnológica a pleno rendimiento era imposible dar un paso sin interferir las instantáneas que inmortalizaban el abrazo de los cuñados, estorbar el traveling del abuelo sobre las olas o tapar las encantadoras florituras de un niño con cubo, pala y rastrillo.
La primera solución que se me ocurrió fue acomodar el paso a cada nueva escena con constantes frenazos, aceleraciones y paradas para no interferir tantas entrañables estampas veraniegas al borde* del mar (*borde, por el momento, sólo significa al lado de)
Pero era una solución molesta y poco funcional. No podía alcanzar la velocidad de crucero adecuada para la caminata y, sin embargo, casi nunca conseguía mi objetivo.
Al tercer día cambié de táctica. Traté de modificar la velocidad del paseo playero pero con la intención de salir en todas las fotos, intervenir en todos los vídeos y alegrar con mi figura todos y cada uno de los mega píxeles de la costa valenciana.
Lo reconozco, fue todo un triunfo. Los saludos afables a las abuelas de gorros floreados, la sonrisa, risa, carcajada Colgate para los niños y sus monigotes de arena, las palabras de ánimo a los nuevos Spielberg de salitre y sal. Mi imagen multiplicada hasta el infinito y más allá en todo un alarde de simpatía y narcisismo. Tanto ha sido la repercusión que he recibido una notificación de las autoridades turísticas de la Generalitat Valenciana para colaborar de una manera oficial, y espero que euro-cuantiosa, con la nueva imagen que se quiere exportar de las costas mediterráneas.
Así que, si el año que viene me ves en un cartel publicitario no te asustes, soy yo.

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05 agosto 2006

Junto al mar (IV)

Estoy muerto. Me gusta hacer el muerto, pero sólo en el agua.
Estoy con los ojos cerrados, escucho los sonidos acuáticos y respiro con profundidad hasta olvidar mi condición de mamífero.
Estoy en una sosa posición vertical, urbanita y con el agua al cuello. Me encuentro en la piscina.
Estoy con la horizontalidad propia de la vida hídrica, en paralelo al cielo y los dedos de los pies sobresalen del elemento líquido. Me encuentro en el mar.
Estoy sólo a merced del oleaje, navego sin rumbo con todos los músculos relajados y me asusto. Doy un respingo.
Estoy de pie a menos de veinte metros de la playa, junto a una señora con floreado gorro de baño y tras la colchoneta hinchable de un cuarteto de niños chillones.
Estoy empapado, con el agua por las rodillas y recupero mi condición de turista.

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Un deleite

El Ayuntamiento de Zaragoza ha organizado este verano un ciclo de conciertos en el Centro de Historia bajo el epígrafe de noches con sol. Ayer cruzamos el Parque Bruil bajo el cierzo desbocao que refrescó la tarde y vistió de invierno a la luna. El aire se pensó el rey hasta que llegó la avalancha caribeña a caballos de un piano. Chucho Valdés trajo el virtuosismo, el ritmo y el tarro de la esencias. Elegante en las pausas, apabullante en el vértigo y generoso con el contra, el batería y el congero.
Fue un recital de otra galaxia, la galaxia jazzera que tan abandonada tengo en directo. La prueba irrefutable de la genialidad de la música, el irreverente disfrute de melodías sobresalientes y la degustación de sabores tan cercanos como los ritmos latinos.
El broche final fue un viaje a la percusión, a la tribu y a los orígenes africanos de la música. Un deleite.

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04 agosto 2006

Junto al mar (III)

Era la primera vez que Demetrio me llamaba al móvil y la verdad, me asusté.
— ¡Estoy volando!
Lo dijo muy serio, tanto que me produjo la primera carcajada del día.
— Y yo — le contesté. — Sobre un burro blanco.
— Más que volar — puntualizó, — estoy levitando.
— Muy bien y yo, por si no te das cuenta, te estoy evitando.
— Vamos, deja de hacer chistes malos. ¡Estoy levitando como algunos habitantes de Macondo!
— Vaya, ya saltó la perdiz. ¿Cuándo vas a dejar esa matraca?
— Javi joder, ¡que estoy volando!
— Has dicho que estaba levitando, así que no alucines.
— Pero, ¿qué te pasa? ¿a cuanta gente conoces que levite?
— Conozco el mismo número de voladores que de levitadotes.
— Venga ya. Reconoce que sólo los habitantes de Macondo levitamos.
— Es cierto que no he conocido a ningún humano volador, ni levitador. Aunque en los conciertos de Chemical Brothers he visto a unos cuantos.
— No te vayas por los cerros de Úbeda. Esto que me esta pasando es una prueba irrefutable.
— ¿Quieres dejarte de chorradas? ¿Para que me has llamado? Te recuerdo que estoy de vacaciones y no me apetece estar de cháchara mientras me esperan las olas y los peces araña.
— Ey, ey, ey Esto se empieza a descontrolar, estoy tomando altura y el cordón del teléfono se va a desconectar de un momento a…
La voz de Demetrio se diluyó tras un fuerte golpetazo y colgué.
— ¿Quién era? — preguntó Migue.
— Demetrio — le contesté.
— ¿Qué quería?
— Llamaba desde su casa.
— ¿Y que quería?
— Ya sabes.
— No, no se.
— Pretendía hacerme creer que estaba volando.
— ¿Volando?
— Bueno, en realidad estaba levitando. Quería demostrarme esa manía suya…
— ¿…qué es un personaje de Gabriel García Márquez?

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03 agosto 2006

Junto al mar (II)

Nuestra torpeza con la palas de madera había quedado demostrada, aceptada y asimilada, por eso jugábamos con la pelotita amarilla. Yo se la lanzaba a Paula con precisión y despacito. Ella se la tiraba a su tía con ese puntito de mala leche, unas veces desviada, otras muy alta y la mayoría cortita. Migue ponía caras de cabreo y nosotros nos partíamos de risa. A mi me llegaba con furia pero bien dirigida. Era una agradable mañana para estar jugando con el agua hasta los tobillos.
Fue la segunda vez que me desplazaba hacía mi derecha, cogí la pelotita con la precisión de una profesional de béisbol y entonces lo sentí. No fue un arañazo, ni un mordisco. Fue un pinchazo breve pero muy intenso. Mis gestos de dolor, aspavientos y muecas provocaron risas entre las chicas. El dedo gordo del pie izquierdo comenzaba a calentarse cuando llegué hasta las esterillas, palpé toda la zona y no encontré ni gota de sangre, eso me tranquilizo durante un nano segundo. El dolor se había pasado a la planta del pie y temí no poder caminar. Las chicas ya no reían cuando me calcé las chancletas. «Tranquilas» alcancé a decir mientras comencé a caminar sobre la arena con pasos retorcidos. Llegué hasta el paseo marítimo sincopado, dolorido hasta el tobillo y sin saber muy bien que hacer.
A lo lejos divisé la bandera de la Cruz Roja y hacía allí dirigí. Largo y tortuoso fue el camino porque el dolor había detenido su ascensión pero aumentaba su intensidad de tal guisa que me planté delante del consultorio retorciéndome como la cola cortada de una lagartija.
Me recibió la abundante sonrisa de un jovencito más negro que el betún, quiero decir negro de ser negro, no el moreno adherido a la piel de los nativos de las costas, no, un negro de tomo y lomo que sólo hacía que reír.
— Va a ser usté el primero de la temporá — me dijo.
— ¿El primero?
— Si señó. Aquí no es habitual, aquí lo habitual son las medusas. Pero usté no trae cara de medusa.
Mientras hablaba había llenado un cubo con lo que parecía agua calentita y me lo ofreció, de nuevo, con la sonriente dentadura.
— Meta el pie con el escozó, es sólo agua caliente.
Noté un ligero alivio.
— El calor abrirá el picotazo. Después le pondré unas gasas con amoniaco diluido. Y no le de vergüenza gritá. Yo he visto a un legionario tatuao bramar a pleno pulmón
Y bramé, vaya que si bramé. El dolor empezó a remitir cuando pensaba que no resistiría más. Remitió y remitió hasta convertirse en una incómoda pulsación. Entonces, sólo entonces, le devolví la sonrisa al voluntario.
— El amoniaco sólo le aliviará, así que tendrá molestias durante unos días. Si se le inflama la zona o vuelve el dolor venga de nuevo porque tal vez sea alérgico al veneno.
— ¿Veneno? — acerté a preguntar.
— Si veneno, el pez araña inocula veneno en su presas y es el responsable de todos esos dolores tan horribles.
— ¿Un pez araña? Pero si estaba con el agua en los tobillos.
— Sería algún ejemplar pequeño. A veces se entierran en la arena.
Cogió un frasco de la estantería y me lo mostró. El pez más feo que yo haya visto en el mundo. Salí vivo pero renqueante y, cuan Capitán Ahab, juré perseguir a todos los peces araña que pueblan los mares. Desde ese fatídico día no tengo pensamiento para otra cosa que no sea la venganza y la destrucción.

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01 agosto 2006

Junto al mar (I)


La orquesta volvió cargada de boleros, un reloj no marques las horas se encaramó a la terraza mientras los ojos miraban a la oscuridad dónde intuía el mar. En las canciones desamores y sobre estas líneas el aroma de la sal.
Por fin las cumbias de baila morena baila. Dejé el bolígrafo sobre la mesa y transformé las manos en percusión de palmas. Ya quedaba menos para llegar a la pista de baile.
***

Los ecos musicales se diluyeron, las conversaciones se apagaron y cesó el tintineo del hielo. Al fondo, desde lo más oscuro, regresó el sonido del mar. Lo hizo al ritmo intermitente de una baliza verde.
Paul Auster miró desde el papel satinado de una revista y afirmó que “el escritor es un ser dudoso, no sólo del mundo, sino de sí mismo. Nunca he conocido a ninguno seguro de lo que escribe”
Al menos, pensé, yo voy sobrado de inseguridades.
Las chicas hace rato que dormían agotadas por el viaje.

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