La curvatura de la córnea

05 abril 2007

La Finca Soto (1ª Parte)


La Finca Soto descansaba en lo más bajo de la vega, acostada entre prados verdes y el bosque animado por la caza menor, el cochino y la lechuza. Pedro bajó del coche para abrir la cancela. Las rodaduras del camino aún sobrevivían a las altas hierbas que confesaban la cada vez más escasa presencia de pasos y ruedas.
Las antiguas cuadras nos recibieron enmudecidas. Un pequeño huerto recién roturado apuntaba verde de papas, calabacines y largas cañas a la espera del tomate. Seis olivos demasiados jóvenes para impresionar no podían ocultar las jaulas adosadas al muro exterior con algarabía de gallinas, perdigones y tres gallos. Antonia desconectó la alarma. Ese gesto rutinario determinó la distancia recorrida desde la única vez que había estado allí. Fue durante el viaje de novios, cuando todavía no hacía falta estar conectado con el cuartelillo de la Guardia Civil.
En realidad no recordaba la finca pero algunas veces me gustaba pensar en ella como un remanso de paz, el paraíso del sur con sonido de fuente y una mesa de piedra bajo la sombra que unía los frutales, la piscina y el corral. Todavía estaban allí esperando nuestro retorno. La mesa continuaba decorada con la misma maceta de la foto de hacía quince años, la majestuosa dorada que culminaba la fuente había perdido su cabeza y la boquilla oxidada de un surtidor ocupaba su puesto, los naranjos se ahogaban entre la maleza y derramaban lágrimas rojas.
La casa principal había sido restaurada con el gusto abigarrado de un barroquismo excesivo en baldosas de geometría y filigrana rococó, azulejos multicolores en todas las paredes y santos embutidos en pan de oro como si el recorrido en forma de ele fuera la procesión de la fiesta mayor. Tecnología digital sobre mesas de hace siglos, una puerta acristalada con la foto en blanco y negro del señorito vestido de frac con las torres del World Trace Center a sus espaldas y una bañera con más caños que la fuente de Alcañiz.
A la vivienda de los empleados se accedía a través de un breve patio al cuidado de una Virgen sin nombre. Paredes encaladas para una salita con mesa redonda cubierta de hule florido, dos dormitorios amplios con armarios rústicos del Ikea, cocina apañada y un baño enorme con una ventana que daba al prado de Vicente. Mi mujer no se atrevió a preguntar por como le iban las cosas a Vicente, no quiso arriesgar y se mantuvo fiel a la memoria dónde guardó uno de sus mejores recuerdos infantiles, un grito chispeante de cuando los veranos eran de tres meses: ¡Vicente dale agua al caballo!
La tercera edificación estaba dedicada a las juergas del señorito, de sus amigos de la capital y de algunos nativos con suficiente conversación. Una mesa de billar americano, abundantes sillones y una barra de bar en cuyas estanterías lucían todas las botellas imaginables. Una puerta permanecía cerrada junto a la entrada. Pregunté por aquella sala y tres palabras avivaron mi curiosidad. «Es la biblioteca», me dijo Antonia. Le pedí que me la enseñara pero la tía de mi mujer se resistió haciéndose la sorda. Aquella negativa me hizo insistir con educación hasta que un mohín onubense del ama de llaves abrió la cerraja.
La totalidad de la pared de la derecha estaba ocupada por una estantería de madera en la que descansaban multitud de libros con encuadernaciones poco lustrosas, eso me decepcionó y pensé en mi propia biblioteca urbanita dónde los libros de bolsillo han sido vestidos por una capa de plástico para evitar su deterioro. Husmeé entre los lomos zaheridos de los textos pero nada me llamo especialmente la atención hasta que topé con un anaquel con una extraña característica: Allí se apiñaban un par de docenas del mismo libro. Una edición con tapas duras de una novela de la que no recuerdo el título y que iba firmada por Luke Walter. El pseudónimo me pareció evidente así que abrí uno de los ejemplares en busca de más información.
La sorpresa fue mayúscula cuando tropecé con el rostro del tipo de la foto de la puerta acristalada: El dueño de la Finca Soto era escritor. Salté las líneas de su biografía a galope y me encontré como un hombre de Estado, del otro Estado, del cuando España era Una, Grande y Libre.
La reseña destacaba sus múltiples estudios, sus trabajos como embajador en tierras americanas, el trabajo en la UNESCO y un poema de juventud titulado “Fuego” y el tremendo escándalo que aquellos versos provocaron en el Ateneo Sevillano de los años cuarenta. Levanté la mirada y allí me estaba esperando.
Una amplía mesa ocupaba el lado opuesto a la estantería. Un montón de libros se desparramaban sobre la madera formando un ventisquero. En la cabecera, junto a la ventana, un atril de plástico soportaba un libro oscuro sin título ni autor. Lo tomé entre mis manos, tiré de una cinta roja y allí estaba el título del poema. Los latidos del corazón se aceleraron cuando comencé la lectura y el estado de excitación fue descendiendo conforme los versos me mostraban las pretensiones voluptuosas de un recorrido lúbrico por la geografía erógena de alguna fémina de buen ver. Un poema que supongo demasiado explícito para la posguerra y del que he olvidado rimas, metáforas y cadencias.
La voz de Pedro me sacó del libro. «Vente y cogemos los huevos pa´ la cena antes de que llegue Don Ramón. Así te enseño el gallo»

12 Comments:

At 06 abril, 2007 23:36, Blogger maite said...

me quedo junto a la ventana esperando la segunda parte...
un beso

 
At 07 abril, 2007 20:04, Blogger El detective amaestrado said...

Me resultó intrigante eso de no hacía falta estar conectados al cuartelillo...Dosis de misterio, presumo...

 
At 07 abril, 2007 21:36, Anonymous Anónimo said...

Esa finca promete, Javier. Aunque te decepcionaran los versos del "jefe".
Como Maite, espero la continuación del relato.
P.D. Me cuesta concebir un poema erótico en un hombre "del otro estado", pero si tu lo dices..

 
At 07 abril, 2007 22:53, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Maite.

La segunda parte ya esta tomando color, cuando este terminada te la llevaré a la ventana para que seas la primera en probarla.

Salu2 Córneos y un beso.

 
At 07 abril, 2007 22:54, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Detective.

Siempre atento a las pistas.

Salu2 Córneos.

 
At 07 abril, 2007 22:57, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Lamima.

La finca promete y espero no decepcionar, mi acojonamiento congénito es de preocupar ;-))

El erotismo no es patrimonio de nadie y una cosa es el trabajo, incluso las ideas, y otra la sensibilidad creadora, al menos eso me gusta pensar.

Salu2 Córneos.

 
At 09 abril, 2007 00:36, Blogger Paula said...

Tiene buena pinta esta historia, Javier...

yo también espero esa segunda parte

Un abrazo

 
At 09 abril, 2007 21:19, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Paula

Gracias por la buena pinta... Guiness supongo ;-)

La segunda parte ya esta horneadita y espero que también sea digna de una buena cerveza.

Salu2 Córneos y un abrazo.

 
At 10 abril, 2007 23:33, Anonymous Anónimo said...

La he tenido que leer dos veces; la primera ha sido una lectura rápida, quería llegar al final, quería saber qué pasaba en esa finca, la he leído con ansiedad. La segunda, ya más relajada, la he disfrutado como con todos tus escritos.
Me encanta tu descriptiva
Besotes
Sinfonía

 
At 11 abril, 2007 08:59, Blogger Conciencia Personal said...

Será el gallo, el del coronel???

 
At 11 abril, 2007 16:26, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Sinfonía.

Si es agradable saber que te leen, ¡¡imaginate la ilusión que me hace que lo hagas dos veces!!

Salu2 Córneos y besotes.

 
At 11 abril, 2007 16:28, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Monique.

El coronel, ya lo verás aparece pero en el sito que merece: En el de las citas.

Tienes razón, mucha razón y me gusta que sea así. Fue el gallo del coronel lo que incitó a escribir este relato en tres partes.

Salu2 Corneos.

 

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