La curvatura de la córnea

10 abril 2007

La Finca Soto (2ª Parte)


El gallo estaba perfectamente vivo frente al tarro vacío. Cuando vio al coronel emitió un monólogo gutural, casi humano, y echó la cabeza hacia atrás.
(El coronel no tiene quien le escriba. Gabriel García Márquez)

Pedro esperaba en la puerta con un cubo azul, al verme, lo levantó.
— Si hay suerte lo llenamos — me dijo en una carcajada. — Ya verás como te chupas los dedos con un par huevos fritos como Dios manda. Y de paso a ver si descubrimos por dónde coño se cuelan lo gorriones en las jaulas
— ¿Qué los gorriones se meten dentro de las jaulas?
— No creas que lo hacen porque están tarumbas, es pa´comerse el grano.
Las aves de la finca ocupaban jaulas de tres metros de ancho, cuatro de fondo y un par de altura. Una alambrada cerraba el frontal, los laterales y el techo. La estructura se apoyaba en la pared de piedra que cercaba toda la finca.
— Estos son portugueses. — me dijo señalando a dos perdigones que correteaban en la primera jaula. — Los trajo mi hermano hace unos días.
— ¿Por qué tienen la cola cortada?
— Para que no puedan volar. Aun no los he llevado al campo. Estoy esperando a que se les vaya el susto y canten una miaja.
Tras las palabras de Pedro imaginé una bucólica escena campestre: Los reclamos lusitanos entonaban un melancólico fado, las perdices nativas caían muertas de amor y los cazadores locales se cabreaban con los cartuchos en la recámara.
— ¿Eres cazador? — me preguntó.
Negué con la cabeza.
— En cuantito me traigan la jaula nueva, probaré al más chico.
Pedro respetó el silencio de mi boca mientras un verano utrillense asaltó mi recuerdo.
El Mati esperaba sentado bajo el peral que crecía al final del Barrio del Piojo, junto a él, en el suelo, un arbolito, un bote de liria, un manojo de palitos y una jaula con el mejor de sus colorines. Cruzamos el río por encima del desagüe encementado de Los Pajares, nos camuflamos entre la elevada vegetación y el Mati distribuyó por las ramas del arbolito los palitos que yo untaba con pegamento.
El reclamo se quedó a la vera de la trampa y nosotros a la sombra de la tapia del huerto del Belles, al otro lado del río. La primera media hora la pasamos con los ojos fijos sobre el engaño. Hacía un calor de espanto. El colorin se movía de un lado para otro pero cantar, cantaba poco. Después de una hora ofrecí a mi compañero un bocadillo de chorizo derretido. El reclamo dejó de moverse antes de empezar la segunda hora y sólo abría la boca para devorar el aire calentucho del mediodía, entonces recogimos los aperos de la caza y volvimos en silencio hasta mi casa.
Mi amigo iba cabizbajo. Yo no dejaba de mirarle para intentar comprender su tristeza. Nos despedimos sin ni siquiera cruzar un gesto aunque seguí con la mirada su pesarosa procesión hasta que dobló la esquina del Bar Gol. Volvió sobre sus pasos en menos de un segundo, me mostró la jaula y gritó su deshago « Ya te dije que no eras cazador» mientras el colorin cantaba con trinos celestiales
Pedro se había adelantado para abrir la puerta a las gallinas que abandonaron la servidumbre de la valla con la presteza de la rutina y se dedicaron a hurgar en la tierra en busca de lombrices.
— ¿Los gorriones no entraran por debajo de las puertas? — me atreví a sugerir.
— Pues no te digo que no ¡Qué jodios! Tendré que poner unas piedras cada vez que eche el cierre.
Pedro cogía los huevos con habilidosa rapidez que iba perdiendo por el camino y terminaba en el cubo dónde los depositaba con extremada delicadeza. Dos gallos de un tamaño considerable gorjeaban y se perseguían en belicosa actitud.
— ¿Estos son los gallos que me querías enseñar?
La pregunta le hizo troncharse de la risa hasta que concluyó la tarea y me mostró el resultado de la recolecta.
— Catorce — afirmó ufano. — Y un par que se han comido las muy jodías. Cuando un huevo se rompe se lo comen pero algunas veces los pican ellas mismas las muy…
Un canto agudo, sostenido y potente interrumpió la conversación.
— Ahí tienes al Gringo.
El Gringo era un gallo americano que reinaba en la última jaula junto a cuatro gallinas negras lo escoltaban con gestos de sumisión. Nuestra presencia avivó sus movimientos imperiales. Apoyé las manos en la valla y él ahuyentó a las aduladoras a base de suaves picotazos. Se estiro sobre las patas, arremolinó las alas y me miró con gesto pendenciero. Deslizó seis pasos de pasarela en los que me mostró la corona de su majestuosa cabeza conformada por cinco puntiagudos pinchos de color rojo, un pico corto, grueso y curvado y un cuello de acero sobre el que descendía una melena dorada. Se paró unos segundos y me dio la espalda con la clara intención de mostrarme el abundante plumaje azul metálico que poblaba la cola. La coquetería terminó con los últimos rayos de sol, de un salto se encaramó sobre una rama seca y volvió a cantar con la chulería del que busca pelea.
Un irrefrenable impulso atávico me empujo. Abrí la puerta con decisión y dispuesto a combatir. Al traspasar el umbral busqué la complicidad tribal entre humanos. Las pupilas de Pedro brillaban sin dejar lugar a la duda: Él estaba de parte del plumífero.
Mis conocimientos sobre las peleas de gallos se limitaban al visionado de algunas películas mejicanas en las que había aprendido que toda la tensión acumulada antes del combate, saltaba por los aires en cuanto los dos contendientes se encontraban frente a frente. No fue eso lo que ocurrió.
El Gringo ocupó la zona perimetral de la jaula, de esta manera yo dominaba la parte central atestada de cagarrutas. Me pareció raro que un gallo se pavoneara con aquel andar parsimonioso de gorjeos, agitación de alas y vaivén desde la pechuga hasta el culo. Ante tamaño despliegue coreográfico opté no perderlo de vista y giré sobre mis talones con la pose de un púgil.
El gallo redujo poco a poco el diámetro de sus circunferencias hasta que la distancia me pareció peligrosa. Tensé todos y cada uno de mis músculos, la zurda en guardia delante de la barbilla, la derecha presta para el ataque y un movimiento de pies al más puro estilo Mister Clay.
El primer picotazo fue en el tobillo derecho. Me pilló todavía componiendo la figura del boxeador, así que el instinto de supervivencia olvidó la estética del luchador y realizó un movimiento automático destinado a proteger la zona atacada. Agacharme fue un grave error.
El gesto defensivo desguarneció aún más mi postura. Los picotazos continuaron a ritmo de metralleta desde la pantorrilla, pasando por el muslo y amenazando a sálvese las partes. El gallo brincó en el último milímetro, se plantó sobre mis hombros y se aferró con firmeza en los deltoides.
El dolor no me dejaba pensar. Estaba paralizado ante la imagen de su pico agujereándome la coronilla y sólo acerté a colocar las manos sobre mi cocorote cuando sonó el claxon de un coche. Todos los animales enmudecieron. Las perdices paralizaron sus correteos, las gallinas dejaron de escarbar para regresar presurosas al cebadero y hasta los gorriones dejaron de piar. El Gringo me perdonó la vida y se posó en la rama dónde lo esperaban sus dos voluptuosas compañeras. Pedro corría hacía la cancela.
— Sal de la jaula mecagoentó que ya´staquí Don Ramón.

10 Comments:

At 10 abril, 2007 23:43, Anonymous Anónimo said...

Espero ansiosa la tercera parte y ojalá haya muchas más. Aunque en ésta me has hecho sufrir bastante narrando la pelea entre el Gringo y tú, cosa que me encanta que el ganador fuera el gallo. Ja ja ja!!
Ya sabes el motivo. Y aprovecho tu espacio para decir: NO A LAS PELEAS DE GALLOS. NO A LAS PELEAS DE PERROS. NO AL MALTRATO ANIMAL.
Besicos
Sinfonía

 
At 11 abril, 2007 15:21, Anonymous Anónimo said...

¡Como se te ocurre meterte con un gallo así! iluso...
Por cierto: por un momento he creído que, como en aquel precioso cuento de García Márquez, una manada de pajaricos arrancaba ese árbol de tus recuerdos con sus aleteos.
Pues aquí me quedo esperando la tercera entrega. Besos.

 
At 11 abril, 2007 16:33, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Sinfonía.

Bueno, creo que con tres partes será suficiente.
Creo que a mucha gente le encantará la tunda que me da el gallo :-)

En este espacio me gusta que todo el mundo pueda decir lo que quiera, tan sólo no caben los insultos, así que estoy encantado que esta bitácora sirva de platafomra para tu denuncia.

Salu2 Córneos y besicos.

 
At 11 abril, 2007 16:35, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Lamima.

En realidad, es el gallo el que se mete conmigo, el muy presumido y presuntuoso ;-)

Gracía Máquez es una de mis referencias y eso queda claro en muchos de los pasajes que escribo.

La tercera entrega, al menos en su proyecto inicial dentro de mi cabeza, promete más emoción.

Salu2 Córneos y beos.

 
At 11 abril, 2007 17:14, Blogger Paula said...

Si hay que recomponerte los hombros, ni lo dudes...

ay pobre, ¿a quién se le ocurre?

Un besazo

 
At 11 abril, 2007 18:21, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Paula.

Los hombros siguen deshoyados, sangrantes y humillados... por eso el otro día en una esquina del Coso, no me decidí a girar a la izquierda ;-) lo haré en cuanto tenga grabado un disco de carbón-metal.

Salu2 Córneos y un besazo.
La historia continúa, al menos eso espero...

 
At 12 abril, 2007 19:08, Blogger Gubia said...

Más quiero leer más...bonita sorpresa después de la vuelta a la rutina.

 
At 12 abril, 2007 22:44, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Gubia.

jajajaaja en ello estoy, en contar más y espero que siga la sorpresa.

Salu2 Córneos

 
At 14 abril, 2007 19:28, Blogger JR said...

Sigo tus pasos, hoy es un día muy apropiado para esperar la ¿tercera?

Saludos

 
At 14 abril, 2007 19:41, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Javier.

La fina ironía, y no sólo los días catorce de los meses de abril ;-) siempre es bien recibida en esta bitácora.

Pues si, aqui me pillas intentando pretrechar esa "tercera", pelenado con párrafos, gallinas y otras especies literarias a las que tendrás que descubrir si consigo llegar hasta el final.

Salu2 Córneos.

 

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