La curvatura de la córnea

29 septiembre 2007

The Police en Barcelona

Las tardes plomizas del verano de 1979 eran propicias para convertirnos en perros pulgosos en busca de un refugio a la sombra, y no había mejor guarida que el sótano del chalet de Enrique Vera Remartinez. Su padre era Facultativo de Minas y como tal, tenía derecho a vivir en una de las casas con jardín entre la carretera y el campo de fútbol La Vega. Bajar al sótano siempre resultó una aventura emocionante hasta que aquella tarde de verano el hermano mayor de Enrique cambió nuestra percepción infantil de la música. Arturo trajinaba montones de discos nuevos en medio de la oscuridad rota por un pequeño flexo. “Exodus” de Bob Marley, “Even in the quietest moments...” de Supertramp y entre sus manos “Outlandos d'Amour” de The Police. Presenciamos el rito en silencio reverencial: Rasgó el plástico, sacó el vinilo, lo insertó en el plato y colocó la aguja con excelso cuidado sobre la superficie que giraba a 33 rpm. El volumen atronador no nos dejó ni respirar, inmóviles, boquiabiertos e impactados, escuchamos de una atacada "Next to You", "So Lonely" y "Roxanne" El cóctel del reggae, rock y jazz se infiltró en nuestro cuerpo y tal vez allí, en el sótano de Enrique Vera Remartinez, descubrí que la música era capaz de hacer circular electricidad por mi cuerpo.
Cuando alguien me preguntaba cual era el concierto al que me hubiera gustado asistir y nunca lo había hecho, la respuesta siempre fue la misma: The Police. El grupo británico irrumpió en la escena musical con gran fuerza con aquel sonido que algunos llamaban reggae blanco, pero que en cuanto rascabas un poquito aparecía la destilación del punk. Llegaron a lo más alto y se separaron en lo que parecía una situación irreconciliable. Más tarde Sting editó uno de los mejores discos que he escuchado. Compré el doble en directo “Bring on the nigth” en Las Palmas de Gran Canarias, el día que terminé la mili, un segundo antes de tomar un vuelo con el tiempo suficiente como para intentar recuperar mi propia identidad borrada entre los galones de cabo, la artillería de tierra del glorioso Ejercito Español y los litros de Kalimotxo en el Guretxea.
Eran demasiados recuerdos para perderme el retorno de The Police a los escenarios. José Luís y Sandra consiguieron las entradas y tuvieron el inmenso detalle de reservar un par de ellas a mi nombre, ese fue un gran día y lo quise celebrar con un viaje al recuerdo. El trastero de mi pisito zaragozano fue lo que encontré más a mano para remedar el regreso al sótano: De las cajas apiladas de vinilos saqué los discos de The Police para darme cuenta que desde hacía demasiado tiempo no tenía un plato que girara a 33 rpm.
Las inmediaciones del Estadio Olímpico de Barcelona eran un hervidero por el que nos escurrimos hasta llegar a las vallas de acceso a la puerta Maratón número 1. Descendimos deprisita por las gradas hasta pisar las placas de plástico que protegían la hierba, secar el puesto de cerveza ambulante, bailotear con Bob Marley y sentir que el sueño se iba a hacer realidad.
El concierto comenzó con un sonido de gran calidad, ondas envolventes para ampliar la voz de Sting a un volumen inusualmente bajo, tan inusual como su desconchado Fender Jazz Bass. Fueron minutos de introspección hasta llegar a la duda… la emoción no venía. La banda seguía desgranando sus grandes éxitos, todos reconocibles, todos mil veces escuchados. El volumen subió un poco pero aún se podía hablar como en el salón de casa mientras Summers dictaba clases magistrales a las cuerdas de una Stratocaster y Copeland tocaba la batería con guantes – no hay figura retórica en esta afirmación – pero con la misma energía de siempre. Bailamos mucho, desde los saltos de rigor hasta agarrados como en un bolero, era, de nuevo, como en el salón de casa pero con una sola, excepcional, diferencia: Sting, Summers y Copeland estaban allí en carne y hueso, presentes, resucitados y con un homenaje a la memoria colectiva de una generación que no encontró nostalgia en el escenario, al contrario, asistimos a un electrizante concierto de tres tipos con una gloriosa personalidad, sólo música y nada de añoranza.
Al terminar el concierto recordé lo que escribí en estas páginas durante la última visita de los Stones al suelo patrio: La pena que sentí por no acudir al que – y no te rías – parecía su última gira mundial, y como suplí aquel sentimiento con una maratoniana sesión de videos de la banda. Bajando las escaleras de Montjuiic me asaltaron esas mismas dudas pero al revés ¿Habría sido suficiente un visionado de todos los vídeos de The Police? Una pregunta muy peligrosa a menos de quince días para el regreso de Héroes del Silencio al Estadio de La Romareda de Zaragoza.



Fotografías enviadas por Pablo Marco

26 septiembre 2007

SEXUS

Carmelo, tras leer el relato “Noche de San Valentín” publicado en esta bitácora el 16 de febrero, me dijo que algunos pasajes le recordaban a Henry Miller. Lo tomé como un gran elogio y eso que anduve varios días ocupado en distinguir a Henry, de Arthur y de Glenn, los tres emparentados por el “Miller”. Fueron los mismos días que tardó Carmelo en pasarme el libro “Sexus” en una edición del Círculo de Lectores del año 1980.
Condena de siete meses y un día pasó en la estantería de libros por leer, hasta que el martes pasado aleteó tentador sus tapas verdes, se coló en mi bolso y dejó tirado en el pasillo la trolley cargada de versos propiedad de Manuel Vilas, Carmen Ruiz Fleta, Dolan Mor, Isla Correyero, Alberto de Cuenca y García Montero.
Después de tanta prisa del autor nacido en Brooklyn para desplazar a los poetas patrios - la copla afirma que La Habana de Cuba es Cádiz y viceversa, - sólo he conseguido leer dos capítulos, menos de sesenta páginas. Es algo poco habitual pero que ya me ha ocurrido en otras ocasiones. Algunos de esos libros abandonados me han apasionado años más tarde y otros siguen en la fila a la espera de poder hincarles el diente.
Dentro de las escasas páginas por las que he transitado, he encontrado brillantez narrativa en torno a la meta literatura y al arte de los sablazos, sin embargo, el ir y venir del protagonista me ha resultado tan poco interesante como sus escarceos amorosos (“escarceos” ¡Dios Santo, que palabras se deslizan hasta mis dedos para evitar sustantivos como“polvos” o verbos como “follar”!) La historia navega en un vaivén con poco orden y menos concierto en un ejercicio más cercano a la charlatanería (le robo el adjetivo a Vargas Llosa) que a la escritura.
Ahora, consumado el divorcio entre libro y lector, paso por la fase de justificación de mi postura. Una etapa caracterizada por obviar el derecho que me asiste para abandonar la lectura de cualquier tipo de texto por mucho que lleve colgada la etiqueta de clásico, recomendado o imprescindible.
Tal vez sea un libro poco acostumbrado a someterse al turístico ejercicio de la sustentación en mano derecha, sobre tumbona azul y veintitrés grados de temperatura. Tal vez su año de edición no sea el más adecuado para la combinación de Cruzcampo a la orilla de la piscina, Ron Araucas con Cola y una ristra de Margaritas en un bar pintado de verde con sillones rojos y la música latina más hortera y previsible.
A mi me gusta pensar que este “Sexus” de Henry Miller es el típico libro incapaz de esperar al lector veraniego que, hipnotizado por un cuerpo femenino revuelto entre las sábanas de la mañana, lo venera hasta caer rendido por la belleza dorada de sus nalgas y la planicie musculosa de su espalda orientada hacía el sonido del mar y el mar. O tal vez la culpa la tenga la sal, sal adherida al sabor de su piel, sabor sonrosado desde el volcán abrupto de sus muslos hasta sus candentes pezones, culminación pétrea de las laderas del Timanfaya. Un libro envidioso de mis susurros y jadeos para sus orejas mudéjares sólo pendientes de mi lascivia y de las olas del mar y el mar.

21 septiembre 2007

Escombros

Me voy unos días de vacaciones. He pensado que sería una buena idea dejarte un regalo para agradecer tu visita, así que he manufacturado lo que puedes ver ahí abajo ayudado por una canción de Escombro. Espero que lo disfrutes:

20 septiembre 2007

Caótica Ana

Julio Medem vuelve a fiel a su estilo: Una historia escrita con llave inglesa para dar una vuelta de tuerca al tornillo de la narración
La primera vez que conté hacia atrás fue sentado en el sofá de escai de cuando vivía en el Barrio del Piojo, estaba frente a la televisión en blanco y negro, y 10, 9, 8, 7… hasta el 0. Un cohete despegó en busca de la órbita lunar
En Caótica Ana también se cuenta al revés. Julio Medem lo hace en el guión para mostrarnos la vida de Ana, una vida por recorrer, una vida siempre hacía adelante, y sin embargo caminito, caminito, no hace otra cosa que dirigirse al inicio, al principio, al origen primigenio de todo, a la concepción de la vida.
Anglo no necesita el cinematográfico péndulo para hipnotizar a Ana, a él le basta con decir muy despacito la misma retahíla que pregonaban los de la NASA en el Cabo Cañaveral de mi infancia y 10, 9, 8, 7… hasta el 0. Cada hipnosis consigue una regresión a la historia, al rosario de atrocidades cometidas por los hombres, el retorno a caverna de la de la sangre, la lucha y la muerta. Una carga dura de llevar, el peso de la especie a lomos de la hembra ancestral, más preocupada por encontrar el amor eterno que por descubrir las profundidades de la vida. Pero la vida de Ana no le pertenece a ella, es un viaje necesario hacia la muerte que da sentido a la vida “Si fuéramos inmortales no amaríamos apasionadamente” y es en ese final, en el pavor de la muerte, el lugar idóneo para pensar que nuestros días no terminan en el vacío, al contrario, la muerte es el acto supremo en el que vertimos todas nuestras experiencias al caldero de la vida. Un final feliz pese a todo. No es mala conclusión para los que pensamos que el verbo de la biología no se conjuga bien en el camposanto. Pero no es un final fácil, al fin y al cabo todos deberíamos buscar una vela a la arrimar los vientos de la vida, un cabo al que atar nuestra experiencia. En ese punto de la historia no dejo de pensar en la inutilidad de mi vida, en la lucha estéril que significa no encontrar a la Caótica Ana de mi vida, una mujer inteligente que recoja los escasos legados de mi existencia.
La película de Meden te invita a traspasar multitud de puertas multicolores que preceden infinidad de recorridos mágicos, sendas por la que sólo pueden caminar mujeres, putas, mitos, diosas y brujas, ellas, las poseedoras del don de engendrar a los hombres buenos que alguna vez cambiaran el rumbo de la vida, y Ana es la más moderna de sus representaciones.



16 septiembre 2007

Papito Tour 2007

Faltaban cinco minutos para el inicio de la actuación cuando Fernando García me telefoneó. «Aquí ocurre algo muy extraño» Su voz vagaba entre la sorpresa y la incredulidad. «Es la primera vez que en un concierto de este aforo me encuentro sólo en los baños» - y eso que mi amigo tiene a sus espaldas una larga lista de recitales y eventos musicales de todo pelaje.- La situación de Fernando no era tan insólita porque a ojo de buen cubero el ochenta por ciento del público que llenaba gradas y albero del coso de La Misericordia pertenecía al género femenino.
Papito Tour 2007 conmemora los treinta años en el mundo de la canción de Miguel Bosé. Un espectáculo cocinado a partir de una lista de temas que los fans han elegido a través de la página web del cantante (
www.miguelboseonline.net), además de un estupendo escaparate para promocionar su último disco en el que presenta versiones a dúo de algunas de sus mejores canciones.
A las diez en punto de la noche se apagaron las luces del recinto taurino y el escenario cobró vida, un espacio diáfano con enorme sencillez en las iluminaciones y una escenografía sustentada en un telón de tubos metálicos sobre los que se proyectaban imágenes y siluetas, un minimalismo conceptual que potenciaba la figura estelar de Bosé y dejaba en primerísimo plano el aspecto musical de show. Y fue en la música dónde pudimos ver un nuevo cambio estético en la carrera de este camaleónico artista. Miguel Bosé ha trabajado recientemente en dos proyectos diametralmente opuestos: “Por Vos Muero” es un concepto discográfico concebido como si cada canción fuera una banda sonora para ser interpretada por una orquesta sinfónica. “Velvetina” supuso un salto hacía adelante, otro más, de búsqueda de nuevos caminos creativos para reinventarse, en este caso hacía texturas electrónicas.
Teniendo en cuenta estas premisas, esperaba que los fundamentos musicales de Papito Tour fueran similares a los del disco del mismo nombre y que han caracterizado otras giras de Bosé: Matizaciones, espacio para los detalles como rasgueos de guitarras españolas, sonidos celtas, teclados etéreos y los coros, ay los coros de Helen de Quiroga de los que ayer disfrutamos en contadas gotitas, pero no fue así.
Papito Tour presentó un sonido macizo, contundente, una avalancha perfectamente estudiada y a un volumen de escándalo que, sin embargo, no machacaba el estómago, porque señores, ahí es dónde se aprecia la buena calidad del sonido de un concierto, en el estómago. A primera vista parecía una apuesta arriesgada pero el público estuvo completamente entregado desde el primer segundo y de ahí para adelante todo fue fiesta y karaoke multitudinario. Sólo hubo un momento para el detalle, cuando el piano de Iñaki García desgranó las notas introductorias al revival de finales de los setenta y principio de los ochenta, un regreso al pasado con temas clásicos del primer repertorio de Bosé, de los años en los que se erigió como icono del movimiento fans de este país.
Miguel Bosé es un tipo listo que conoce perfectamente el público al que se dirige y al que se entrega en cuerpo, culo y alma, sabe contonearse, como si no hubieran pasado cincuenta y un añitos, aún mantiene el halo de bailarín, sabe cuando hay que parar el espectáculo y cuando hay que acelerarlo, reparte perfectamente las dos horas del show en cuatro partes en las que empieza suavecito, va elevando la intensidad y termina en éxtasis colectivo y aquí no hay metáfora posible porque se metió al público en el bolsillo y las caras de satisfacción al final de viaje eran evidentes. En esa ceremonia cíclica ayudan los músicos que, además de una perfecta ejecución, colaboran en la escenografía de cada canción como si de actores se tratará - una de las características de la casa – El guitarrista-monje-guerrero Pedro Andrea, Mili Vizcaíno a los coros, el aragonés Alberto Pueyo a la otra guitarra, Yuri Nogueira a la batería y dejo para el final a Mikel Irazoki que además de tocar el bajo – muy presente en la ecualización pero sin llegar a molestar - ejerció las funciones de director musical de la banda y responsable último del sonido elegido – El Jefe lo calificó Bosé. -
Un brillante concierto por los resultados – el público contento y una fiesta por todo lo alto – pero sin embargo me dejó una extraña sensación que tiene que ver con el envoltorio musical de los temas. Un nuevo sonido en la carrera de Miguel Bosé que abre una nueva puerta, un nuevo camino por el que transitar pero que no hizo toda la justicia que se merecen muchas de sus más brillantes canciones. Y en esa contradicción me debato porque si algo admiro de un artista es la capacidad para mutar, para reinventase, la valentía para enfrentarse a nuevos retos y por todo ello sigo a la expectativa de cual será la senda elegida por un Miguel Bosé con más de cincuenta años: ¿Los violines de “Por Vos Muero”, la electrónica de “Velvetina” o la contundencia instrumental de “Papito Tour”? Tendremos que esperar y les aconsejo que permanezcan atentos a la pantalla.


Fotografías 1 y 2: Mar Albertos. Fotografía 3: Migue

13 septiembre 2007

El arma secreta (Segunda Parte)

Aquí puedes leer la primera parte


La semana que trabajo en el turno de tarde suelo comer a las doce y media. Esta mañana como el menú era sencillo de preparar me colgué el mandil a la hora del ángelus. Antes de empezar a cocinar me gusta tener todos los ingredientes a mano, así que cogí cuatro cogollos de Tudela, una cebolla chalota, un yogur natural y un aguacate.
Pelé los aguacates, corté la pulpa verde en dados, añadí medio yogur y trituré la mezcla hasta obtener una salsa muy fina a la que incorporé la cebolla muy picadita.
Después corté los cogollos en cuartos, los calenté ligeramente a la plancha con una gotitas de aceite y a la hora de cubrirlos con la salsa elaborada previamente recordé el arma secreta.
Siempre pensé que el Tabasco era de origen mejicano, pero fue en Avery Island, Louisiana el lugar dónde Edmund McIlheny creó en 1868 esta salsa elaborada con chiles rojos madurados en la planta y macerados en barricas de roble con sal y vinagre durante tres largos años. Era la primera vez que usaba Tabasco en la cocina, lo hice pensando que unas gotitas tal vez alegrarían tanta queja sobre musas impasibles de tahona y realismo mágico de tendedero.
El frasco era chiquito y con la silueta inconfundible que he visto en cientos de bares de tapas, bocaterías y otras exquisiteces. Desprendí el capuchón, desenrosqué el tapón y vertí una gota sobre la salsa de aguacates. Era una lágrima diminuta de un rojo muy intenso y transparente que se deslizo hasta formar un charquito en forma de media luna. Entonces me pareció poco peligrosa y yo necesitaba de un huracán para animar la mañana, así que sin orden ni concierto agité varias veces la botellita hasta que el verde del aguacate se tiñó de granate. Mezclé con energía hasta que desaparecieron todos los tonos escarlatas, agregué la salsa sobre los cogollos y me los comí los cuatro cuartos en bocados rápidos y seguidos, zas, zas, zas y zas. Aterrizaron en el estómago con el estruendo de un volcán. Noté como la cara enrojecía, las orejas empezaron a girar y la napia se transformó en un pimiento morrón. Bebí un litro de agua del tirón, el líquido elemento se derramó a borbotones en la garganta el cuello de la camisa y llegó hasta los pantalones, los ojos se inflamaron y flanquearon la salida a las lágrimas más picantes de mi vida.
Han pasado doce horas desde el sucedido y aún noto como el Tabasco circula por mi aparato digestivo machacando el duodeno, el píloro y la bilis del hígado. Pero estas connotaciones físicas, y otras más graves que no me atrevo a contar, no fue lo peor, lo peor llegó cuando leí uno de los laterales de la caja de cartón que contenía la botellita de salsa y se me quedo cara de tonto: “Recuerda que la intensidad de picante dependerá siempre de la cantidad que te eches. Por eso, la botella Tabasco se caracteriza por su exclusivo dosificador diseñado para que, gota a gota, disfrute de todo el sabor”
Efectivamente, pensé, de eso se trataba, de disfrutar y yo lo he hecho en abundancia. Pero tanto picante ha tenido un efecto secundario que no esperaba, un cambio sustancial en mi vida del que no tengo ni la menor idea de cómo salir. Por eso apelo al sentido común de todos los que me dignáis con vuestra visita y pido vuestra ayuda. Conecta los altavoces, pulsa play y dime que puedo hacer. Gracias.


12 septiembre 2007

El arma secreta

Hoy, como cada mañana, me he levantado con el firme propósito de transitar por la vida como si el realismo mágico hubiera abandonado los libros para pegarse a lo cotidiano y darle el relumbrón de lo nuevo. Nada nuevo ha ocurrido en el aseo diario, el desayuno ha sido como el de todas las mañanas, sin embargo, la compra en el supermercado ha sufrido una excitante variación: He comprado Tabasco con el que pienso aliñar la salsa de aguacate para la ensalada, pero han pasado más de dos horas y ni llueve gotas amarillas, ni los peatones sobrevuelan los pasos de cebra, ni la panadera me ha guiñado el ojo lasciva y etérea.
El buzón estaba lleno de publicidad y un aviso de llegada del servicio de correos me anuncia que un paquete contra reembolso me espera en sus dependencias. Intento asombrarme pero es en vano, no es ninguna sorpresa, yo mismo hice el pedido de esa camiseta que me llega desde Oregon. He recogido la ropa del tendedor, he planchado los pantalones blancos con los que mi mujer despacha pescado y he doblado las camisetas rojas con las que sueño una maratón por el tercer cinturón tres días por semana. En la radio hablan de una niña desparecida, es la niña de la mirada extraterrestre, cambio de emisora en busca del house latino que modifique el ritmo cardíaco de esta mañana diluida en lo cotidiano. Otro día cotidiano, otro fracaso mágico, otra jornada sin imaginación, otra mañana sin relato. Pero hoy puede ser diferente: Tengo en la recámara el arma secreta del Tabasco.

10 septiembre 2007

Reconversión


A lo largo de las Fiestas Patronales de este año me he dado cuenta de algo que ya sabía pero a lo que no me atrevía a enfrentarme: El tiempo ha pasado.
Me sigue gustando el funky, la disco music, los ritmos latinos y mover el esqueleto a cualquier ritmo que marque la orquesta, me sigue gustando las conversaciones nocturnas en las que el alcohol despierta la lengua, la filosofía y exalta la amistad, me sigue gustando el amanecer previo al almuerzo de huevos, pan y vino –este año con la compañía-mejor-imposible de Fernando y Paco, como si el tiempo de la Peña Los Apaches no hubiera pasado – pero el tiempo ha pasado. Lo siento en las rodillas, en la punta de los dedos de los pies y en la garganta sin ronquera. Se ve en los pantalones limpios, en el concierto matutino de la Banda Municipal de Utrillas al que acudí vestido de domingo mientras la-camisa-naranja-de-las-fiestas guardaba un respetuoso silencio – ha sido la segunda vez que la he abandonado después de 27 años de engalanándome las veinticuatro horas al día. - Lo percibo en las canciones que ya no conozco, en los kilos de más y en el millón de cervezas de menos, en la multitud de horas de sueño, en el espejo de las canas, en todos y cada uno de los pasos charangueros que no he dado.
Demasiadas pistas para no darme cuenta de que el tiempo ha pasado y necesito una reconversión mental, espiritual y metodológica para enfrentarme al resto de las Fiestas Patronales de mi vida. ¿Alguna sugerencia?

09 septiembre 2007

Comisión de Fiestas Utrillas 2007


Desde esta página felicito a la Comisión de Fiestas 2007 y a todos que han colaborado con ellos por conseguir que el espíritu festivo de Utrillas volviera a resurgir. Gracias por el trabajo realizado.


Miguel Antonio Alonso Cervera
Miguel Zapata Rodríguez
Antonio Cuadrado Cuadrado
Gregorio Segador Sánchez-Escobar
Francisco Javier Beltrán Esteban
Alberto Colas Leyva
Angelines Gracia- Mascaraque Márquez
Aurelia Sáez Núñez
José Alonso Uribe
María Jesús Cervera Mallén
Francisca Fernández Bernal
Juan Pablo Clemente Tripiana
Pablo Gascón Campos
Antonio Luís Pérez Martínez
José Ibáñez Chulilla
Vicente González Requena
Rafael Rodríguez Flores

05 septiembre 2007

La Reina del Sur

Todas las veces que he acudido a mi memoria para recordar al Arturo Pérez Reverte reportero de televisión no he conseguido nada, o como mucho un tipo de barba que se le parece un poco en la película “Territorio Comanche”. Para mí, el autor de “La Reina del Sur” siempre ha sido uno de esos novelistas a los que la revista del Círculo de Lectores les dedica una página doble.
El día que terminé “La piel del tambor” juré que jamás volvería a leer nada del cartagenero porque de nuevo lo había hecho: Toda la estructura, todo el trabajo lingüístico, toda la trama de la novela se diluía en un final ramplón, precipitado y que me dejó un mal sabor de boca. Su siguiente obra fue la primera entrega de las aventuras y desventuras del Capitán Alatriste y, como era previsible, incumplí mi promesa. Seguí las aventuras del espadachín pero no regresé a sus otras novelas. Eso sí, hace un año compré la segunda edición de bolsillo de “La Reina del Sur”. El libro decidió hace unos días que había llegado la hora de volver a la parva del escritor que presume de pertenecer al gremio de la infantería literaria.
“La Reina del Sur” es el ejemplo más claro de uno de los principales rasgos del estilo de Pérez Reverte, el duro trabajo de apilar palabras, giros, expresiones y colocarlas con el cuidado de los albañiles para construir la ambientación perfecta, un entorno literario que te invita a entrar dentro de la historia con total naturalidad, el lenguaje utilizado con precisión y eficacia. Da igual que la acción se desarrolle en un barrio mejicano, en una fiesta de alto copete de la costa marbellí o en las ya clásicas travesías marítimas con las que el autor ha conseguido que nos enamoremos de un Mediterráneo tan distinto al que canta Serrat, un mar de gomas semirígidas, helicópteros sobre las olas y fardos de veinte kilos.
El cambio fundamental de “La Reina del Sur” esta en la estructura. Pérez Reverte nos tiene acostumbrados a situar a sus personajes en cartas navales, partidas de ajedrez, manuales de esgrima y en entornos sobre los que estrujar la narración, vericuetos por los que perderse y en los que tienes que estar muy atento porque seguro que allí se encuentra algún secreto para desenmarañar la trama. Esa composición tan característica ha sido eliminada de un plumazo en “La Reina del Sur” en beneficio de la acción, del avance, del aliento incansable sobre la vida de la protagonista o viceversa. Una narración en ascenso emocional, en constante movimiento, ejemplo de precisión en los datos técnicos, geográficos y de paisanaje, diferentes escenarios que el autor maneja con maestría para que la atención del lector nunca disminuya. Un vértigo narrativo que te atrapa en la primera línea “Sonó el teléfono y supo que la iban a matar” y te subyuga hasta el final, una novela de más de quinientas páginas que Los Tigres del Norte han transformado en un narcocorrido.



02 septiembre 2007

Incomunicación



El proyecto de instalación de la línea telefónica se detuvo en la esquina de las calles Góndola y Comunicando. La Compañía Telefónica alegó falta de previsión presupuestaria, inesperada elevación de los costes y baja perspectiva de consumo por metro cuadrado. Eso fue lo que dijeron los Telediarios, pero todo el mundo sabía que las verdaderas razones andaban por los terrenos de la privatización de los beneficios, la confabulación de las stock options y el pago los contratos blindados. Una maraña de intereses que dejó sin teléfono al incomunicado Barrio de los Descolgados.
La madre de Oscar no se conformó con las explicaciones oficiales y empezó una protesta en forma de carta semanal. Todos los lunes por la mañana se sentaba ante un folio y confeccionaba una lista de llamadas perdidas, desde todas y cada una de las múltiples veces que hubiera telefoneado a sus amigas para criticar a zutano o a mengano, hasta el número de veces que hubiera usado el teléfono para comprar los cachivaches que se anunciaban en la tele tienda nocturna de la televisión local. Las cartas iban dirigidas al director de la Compañía, las primeras fueron frías y con demasiado contenido numérico, un estilo de inventario poco atractivo. Los nombres propios llegaron más tarde, y poco a poco se fueron añadiendo a las cifras hasta que la hoja en blanco alcanzó un estimable tono rosa. Lo reivindicativo dejó paso a un costumbrismo colorista y jacarandoso más propio de las columnas estivales de los periódicos que de las Asociaciones de Consumidores Cabreados.
El hijo de la madre de Oscar cumplió treinta años, apagó de un soplido las velas que decoraban la tarta de Selva Negra, se puso muy serio y anunció que a partir de entonces se iba a dedicar en cuerpo y alma a la búsqueda de un empleo estable y bien remunerado.
La madre de Oscar se emocionó ante las perspectivas que se abrían en su vida, soñó con un salario de muy padre y señor mío para su tierno retoño, lo abultado de la paga les permitiría trasladarse a un barrio distinguido, una casa nueva con su línea de teléfono de fibra óptica, línea ADSL a 20 megas y una tarifa plana para hablar horas y horas.
Pero los días pasaban, las entrevistas se sucedían y Oscar no obtenía ningún trabajo, ni bueno, ni malo, ni regular. Tanto se demoraba que su madre lo interrogó sobre el motivo del retraso. «La tardanza se debe a que siempre soy el único candidato que no deja un número de teléfono para poder ser avisado en el caso de ser seleccionado»
Aquella revelación fue un golpe muy duro. La madre de Oscar decidió cambiar de táctica reivindicativa. Las cartas pasaron de semanales a diarias, ya no eran extensas crónicas periodísticas y el tono amigable y confidencial se transmutó en insultos, pendejadas y amenazas personales
La avalancha epistolar tuvo su recompensa, no se supo si por el incremento en el número de envíos o por el giro estilístico de la prosa, el caso fue que el Director de la Compañía Telefónica envió una carta a la madre de Oscar. La misiva era un compendio de excusas técnicas sobre la paralización del cableado en el Barrio Descolgado, una marabunta de dividendos, sumandos, restandos y otras zarandajas que dejaban el entuerto en el país de los enrevesados, todo ello adornado con un florido lenguaje entre administrativo y chiquitistaní. La perorata desembocaba en una firma ilegible de amplios trazos y el sello en relieve de la compañía. Más abajo, a pie de página y a modo de posdata se podía leer escrito a puño y letra: “Hasta que la instalación de telefonía fija llegue a su zona de residencia le envío por mensajero la solución a sus problemas”
El timbre sonó con la impaciencia de los carteros y la madre de Oscar esprintó hasta la puerta. «Traigo un paquete» Fue la lacónica respuesta del emisario mientras le entregaba una caja de pequeñas dimensiones «Es la moda» apuntó con celeridad. «Ahora, al personal le ha dado por regalar estos aparatejos. Ya verá, ya verá como en unos minutos recibe una llamada y le cantan el cumpleaños feliz»
El corazón de la madre de Oscar reaccionó de manera fulminante, su cuerpo se estrelló contra las baldosas del rellano mientras el avispado cartero cazó el regalo en el aire y tecleó el número del Servicio de Urgencias.
El único objeto personal que le entregaron a Oscar en el Hospital Miguel Servet fue un teléfono móvil, y contra aquel elemento por el que su madre siempre había suspirado descargó su ira. Asomado a la barandilla del río Huerva lo tiró con todas su fuerzas para ahogarlo en la corriente pardusca.
El poli tono de los Dire Stratis sonó durante el tiempo previo a la inmersión. La madre de Oscar llamó a su hijo para contarle que en el más allá hay una completa red de comunicación y que ella iba a contratar un excelente paquete de telefonía+Internet+televisión.