La curvatura de la córnea

06 enero 2009

La carta de Lucas


Fotografía de Raúl Alexandre


Lucas siempre iba al colegio de la mano de su madre aunque todos los días se soltaba y corría acera adelante como a quien le llevan los diablos. La carrera de todas las mañanas de diario era una performance por el puro placer de escuchar la retahíla del ten-cuidado-no-te-vayas-a-caer-ni-se-te-ocurra-cruzar-la-calle. Pero aquel día, el guión de lo cotidiano sufrió una variación. El niño venció el magnetismo que le producían las pirámides erigidas con piezas de naranjas y de manzanas. La energía cinética de sus piernas lo llevó un poco más allá de la rutina y sus zancadas dejaron atrás el escaparate de la frutería de la Loli. La glándula materna de los peligros, un antiquísimo mecanismo de defensa que poseen las madres para preservar la continuidad de la especie, proyectó el sentido de la vista hacia el más allá y Laura vislumbró el futuro inmediato.
Una furgoneta blanca con abolladuras sin fin circulaba por la calle trasversal a toda velocidad y cargada de la prensa gratuita dispuesta a desparramarse por los puestos del mercado, las barras de los bares y los carritos de la compra de los últimos prejubilados por la deslocalización de la industria automovilística. Lucas corría tan desbocado que ni siquiera atendió la presencia en rojo del semáforo del paso de peatones.
Las habilidades madre-aeronáuticas se activaron con el frenazo. Laura voló sobre alcorques embarrados, contendores de nueva generación y la fauna paralizada de peatones curiosos. Atrapó a su vástago justo antes de que el niño terminara desorejado, descoyuntado y escuajeringado. La victoria del instinto sobre el atropello desató una tormenta del tipo este-niño-no-para-de-darme-disgustos-y-de-todo-esto-no-se-entera-el-puñetero-de-tu-padre.
Lucas achicó el cuerpo y regresó a la posición fetal, una postura que acompañó por gemidos embusteros de temor y respeto a la autoridad. La pantomima evitó la lluvia de cachetes y dejó espacio a un rápido movimiento de manos con el que tanteó los bolsillos laterales de la mochila. La carta para los Reyes Magos tembló entre sus dedos antes de introducirla en el buzón de Correos.
***
Luís recogió a su hijo en el colegio como hacía todos los miércoles por la tarde que no se televisaba la Champion League. Llegó con la puntualidad del reloj de pulsera Stratosferic Time y la eficacia del Global Localitation Children, un GPS de última generación que le permitía situar a su hijo en el mapa con un margen de error de un par de metros, gracias a las ondas emitidas por un llavero que el niño siempre llevaba prendido en los pantalones, una precaución tecnológica para evitar desorientaciones involuntarias, secuestros expres y pirulas escolares.
Lucas subió al coche de un salto. La aceleración de cero a cien en ni-te-enteras segundos levantó un sin fin de resguardos, facturas y albaranes que pulularon por los aires hasta que sepultaron al niño con su merienda de bollería y sobredosis de grasas saturadas. Las tardes paterno-filiales transcurrían en un número indeterminado de vueltas al Tercer Cinturón. Lucas hacía sus deberes en las pausas de los semáforos en rojo mientras su padre zapeaba compulsivamente el dial de la radio, le gritaba al teléfono y tomaba notas apresuradas sobre los honorarios de yesaires, lampistas y señoritas asiáticas de compañía.
Pero aquella mañana de diciembre fue diferente. Luís tomó uno de los nuevos desvíos hacía la felicidad de lucecitas navideñas, doce horas ininterrumpidas de villancicos y ofertas de compre tres juguetes a pilas y pague sólo dos.
— Hoy haremos algo especial.
— ¡Vamos a ver la peli del perro Bolt!
— He dicho algo especial. Nada de ir al cine a comer palomitas y tragar con las chorradas que nos cuelan los americanos.
— Entonces… ¡Vamos a la bolera!
— Nada de bolera. Esas son las típicas americanadas que la tele os mete por los ojos. He dicho algo especial. Una cosa que sólo se puede hacer en estas fechas.
Lucas se sentó en una de las mesas coloreadas mientras su padre recogía provisiones en forma de un par de raciones patatas fritas y dos vasos con medio litro de la chispa de la vida. Tras unos segundos de silencio con intención de pausa dramática, Luís sacó del maletín de los negocios una colección de folletos publicitarios en la que estaban representadas todas las Grandes Superficies que sitiaban Zaragoza. Un completo muestrario de cachivaches electrónicos, juegos recreativos con instrucciones en DVD y moñacos de los más inusitados pelajes.
— No tengas prisa en elegir. Mira los catálogos con cuidado, al final de cada uno de ellos encontrarás una página en blanco en la que podrás escribir tu carta a los Reyes Magos. Habitualmente sólo se escribe una carta por niño, pero si quieres, puedes escribir una carta por catálogo y sobre todo, no olvides colocar el número de los códigos de los juguetes que hayas elegido, de esa manera facilitamos el trabajo a los pajes de Sus Majestades.
Lucas elevó la mirada y allí dejó a la salsa ketchup ahogando las patatas fritas.
— No hace falta papa. Anoche escribí la carta a los Reyes Magos y esta mañana la he echado al buzón de Correos.
— ¡Este es mi chico! Un muchacho previsor, así me gusta. Esta muy bien que te adelantes a los acontecimientos. Muy bien. Entonces lo tienes más fácil. Busca en los catálogos todo lo que has pedido, lo copias en las hojas en blanco sin olvidar el número del código y se lo enviamos a los Reyes Magos por fax, así llegará antes y nos aseguramos un buen suministro, sin retrasos ni confusiones.
— A mi me parece que con la carta de esta mañana es suficiente.
— Muy bien hijo mío. Si ya has escrito la carta pues nada. Muy bien, pero dime, ¿qué has pedido?
— Eso es secreto papa.
— Venga Lucas, dime que has pedido. Me hace ilusión saberlo
— La carta ya esta enviada y los Reyes seguro que me traen todo lo que les he pedido. Para eso me he portado bien durante todo el año, para que no haya excusas. Seguro que me hacen caso. Además es secreto.
—¿Secreto? Vaya secreto, seguro que tu madre si que lo sabe.
— No, mama tampoco sabe nada.
***
Luís devolvió a su hijo al seno materno un cuarto de hora antes del límite asignado.
— Mira Laura, he traído al niño antes para que hablemos. ¿Puedo pasar?
— No, no puedes. Tú y yo tenemos muy pocas cosas que hablar.
— ¿Sabías que Lucas ha enviado una carta a los Reyes Magos?
— No, no tenía ni idea. Aunque… esta mañana ha estado haciendo el gaire junto al buzón de Correos que esta al lado de la frutería de la Loli. Menudo disgusto me he llevado, una furgoneta ha estado a punto de…
— ¿El gaire? Terminaras hablando como tu padre. Pues entérate que tu hijo ha escrito a los Reyes Magos una carta secreta.
— ¿Y…?
— Pues que si tu hijo continúa con la boca cerrada, ya me dirás como vamos a saber cuales son los juguetes que espera.
***
Luís se sorprendió al entrar al salón de la que fuera casa familiar. La decoración era la misma, casi nada había cambiado. La única novedad era una televisión plana de cuarenta y dos pulgadas. Le gustó observar su propia sonrisa en la fotografía color sepia del día de su boda. Se sentó en el que fue su sillón durante muchos años y a punto estuvo de subir los pies a la mesa rectangular con crustáceos incrustados que compraron en Benidorm durante la luna de miel.
Era la primera vez que sometían a su hijo a un tercer grado. El interrogatorio no funcionó porque los papas no acertaron a repartirse los papeles de poli bueno y poli malo. Aquellos dos adultos estaban demasiado asustados para apretar las clavijas de un niño disfrutando hasta el deleitarse de un silencio que tanto azoraba a sus progenitores. Pero… cuando todo parecía perdido.
— ¡Vamos a reventar ese buzón!
Lucas se acomodó en su puesto habitual, sobre la silla anclada en el asiento de atrás. Laura dudó un segundo pero terminó por sentarse en el sitio del copiloto.
— El plan es muy fácil. Lanzamos el coche a toda velocidad, chocamos contra el buzón, el impacto lo arrancará de cuajo y dejará a la vista la saca donde se depositan las cartas. La abrimos, buscamos la carta Lucas y la leemos.
— ¡Luís por Dios! ¡Eso es una locura!
— No te preocupes. De los desperfectos se hará cargo la compañía de seguros.
— No me parece muy razonable… — Laura notó una punzada en el estomago, el mismo impulso eléctrico de cuando cualquier escapada se convertía en una aventura. — ¡Pero que demonios, hagámoslo!
Luís condujo con rapidez por las calles del barrio de Las Fuentes hasta que avistó en objetivo, entonces frenó.
— Ajustaros los cinturones de seguridad, el golpe será seco y peligroso.
Repitió la frase con lentitud, un tiempo prudencial para que Lucas se arrepintiera de su silencio, pero el espejo retrovisor le devolvió la sonrisa satisfecha de su vástago y el brillo en los ojos de quien se lo esta pasando cañón.
No había vuelta atrás. El motor ronroneó sus más de tres mil revoluciones, las ruedas chirriaron ante la exigencia de la aceleración y el GPS bramó consignas de peligro ante la inminencia del choque. En la antesala a la zona de no retorno ocurrió lo inesperado. Una furgoneta de la Compañía de Correos estacionó junto al buzón. El funcionario bajó del vehículo, abrió la portezuela, extrajo la saca, la depositó en el maletero y salió pitando. Luís pisó el freno con el alma y dio un certero volantazo que los devolvió a la calzada. Había evitado el topetazo pero la subida de adrenalina afloró el instinto primario del cazador, un impulso que le ayudó a decidir con rapidez y determinación.
No quiso levantar sospechas, así que optó por una persecución discreta. El asalto a la furgoneta se produciría por sorpresa. En el primer semáforo en rojo se situaría al lado de la ventanilla del conductor para amenazarlo, Laura abriría la puerta del maletero, cogería la saca del correo y escaparían a la carrera hasta las afueras de la ciudad dónde leerían la carta de su hijo y quemarían las restantes. La hoguera era el precio inevitable para borrar las huellas.
Pero el plan se retrasaba calle a calle, el funcionario de Servicio Postal se reveló como un experto conductor, un urbanita resabiado que esquivaba sin problemas todos los semáforos hasta que llegó a la Sede Central de Correos. Un imponente edificio metalizado que se tragó la furgoneta con el conductor y la saca con la carta de Lucas.
***
Lorenzo Lara, prestigioso funcionario con más de treinta años de servicio, escuchó con atención las explicaciones que Luís y Laura amontonaron sobre su mesa. Un relato inconexo y acelerado aliñado con atropellos mañaneros, furgonetas postales en fuga y captura, hogueras de extrarradio y una carta, la carta que Lucas escribió a los Reyes Magos y depósito en el buzón de correos que esta al lado de la frutería de la Loli.
— Miren. Ustedes me parecen unas bellas personas. No es fácil venir hasta aquí y pedir lo que ustedes me están solicitando. Es un gesto que les honra como padres. Pero la verdad es que no puedo hacer nada. Durante estos días solo separamos las cartas dirigidas a los Reyes Magos del resto del correo ordinario. Atendiendo a lo que me cuentan, la carta de su hijo ha sido gestionada por nuestro rápido y efectivo sistema de clasificación y ahora se encuentra depositada en una enorme montaña que guardamos en el sótano.
»El Servicio Postal de Correos se ha comprometido a responder a todos los niños que envíen sus cartas a los Reyes Magos. Una tarea que este departamento ha programado para cuando terminen las fiestas navideñas. El operativo se pondrá en marcha después del seis de enero, hasta entonces no puedo hacer nada por encontrar la carta de su hijo, en estos momentos de tanto trabajo no puedo utilizar a mis empleados en buscar una sola carta. De verdad que lo siento. Ustedes sabrán disculparme, pero faltan cinco minutos para las ocho y tenemos que cerrar.
Lorenzo Lara se levantó de su sillón y con un gesto amable les invitó a salir del despacho. Luís y Laura sufrían la derrota con resignación y esquivaron los ojos del funcionario cuando le pidieron disculpas por la perdida de tiempo y las molestias ocasionadas.
— ¡Ya lo tengo! — gritó Lucas.
Los tres adultos se volvieron a mirarlo entre la sorpresa de los padres y la incredulidad del funcionario
— ¡Ya lo tengo! — Repitió — La solución es muy fácil. Según nos ha contado este señor, en los sótanos guardan todas las cartas para los Reyes Magos, pues bien… ¡solo tenemos que buscar en ese montón hasta encontrar mi carta!
— ¡Pero niño! — Intervino Don Lorenzo — Cuando he usado la expresión “una enorme montaña”, no era en sentido figurado. Hemos recibido decenas de miles de cartas. Sería como buscar una aguja en un pajar.
— A usted tal vez le parezca extraño — dijo Laura — pero yo estoy con Lucas. Tengo el presentimiento de que podríamos encontrar esa carta.
— ¡Esto es el acabóse! — Sentenció Don Lorenzo. — Ustedes me disculparan pero este asunto empieza a no ser razonable.
— ¿A ti que te parece, papa?
Luís se deleitó antes de contestar. Hacía mucho que Laura no le llamaba papa.
— Sería mucho más fácil que Lucas dijese que ha escrito en esa carta.
El silencio esperó una respuesta.
— No me acuerdo, papa.
— Muy bien hijo. Eso no es ningún problema. Escribes una carta nueva y aquí paz y mañana gloria…
— De eso nada. — Intervino Laura. — Yo quiero saber que dice esa carta. Se lo pido desde el corazón de una madre Don Lorenzo. Déjenos buscar en la montaña de cartas. Sólo esta noche. Si fracasamos no le molestaremos más y mañana, cuando lleguen los funcionarios, nos marcharemos. Sólo una noche Don Lorenzo, se lo pido por lo que más quiera.
***
Las primeras horas de búsqueda fueron rigurosas y sistemáticas. Los tres rastreadores recogían un montoncito de cartas, las miraban una por una y las dejaban en lo que terminó siendo una nueva montañita. Aquella rectitud en el trabajo duró hasta que Luís hizo cumbre en lo alto de la montaña desde dónde lanzaba cartas cogidas al azar. Laura, desde abajo, comprobaba las pocas que atrapaba al vuelo, el resto se posaban en los rincones y bajo las mesas. Lucas, mientras tanto, jugaba al esbariza culo a bordo de un enorme paquete postal que, a modo de trineo, descendía por la ladera de cartas.
La nieve licuó sus formas cuando la media noche sonó en las campanas de la ciudad y el mar se arboló en olas de cartas por las que Luís surfeó con la habilidad de antaño. Laura buceó en las profundidades coralinas de sellos con estampas venidas de todos los océanos de la Tierra. Lucas construyó castillos de arena con los sobres mates del papel reciclado hasta que cayó vencido por tanto trajín y se quedó dormido.
Luís y Laura arroparon a su hijo con un par de contra reembolsos y ellos se cobijaron al calorcito de algunos certificados. El silencio se adueñó de las sombras y los tres protagonistas de esta historia se sumieron en un profundo y reparador sueño.
El primer sol de la mañana inundó de tozuda realidad las dependencias de correos. La luz los despertó. Todavía somnolientos se alejaron de la montaña de cartas pero, justo antes de cruzar la puerta de salida, Lucas divisó su letra de hormiguilla en un sobre distraído del montón, se adelantó los pasos suficientes para madurar, cogió la carta y se la entregó a su madre. Laura comprobó orgullosa que la dirección del remite era la correcta y pasó el sobre a Luís que, sin pensarlo, lo lanzó al aire.
La carta alcanzó gran altura y descendió planeando en círculos concéntricos hasta aterrizar en el milagroso lugar dónde todos los sueños se hacen realidad.

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4 Comments:

At 06 enero, 2009 15:56, Anonymous Anónimo said...

Que cabroncete el Lucas y que listo
En este caso el fin justifica los medios.
Gracias po tus relatos.
Anónimo de otras veces.

 
At 07 enero, 2009 15:44, Blogger Javier López Clemente said...

Hola Anónimo de otras veces.

Que Lucas es listo estamos de acuerdo, aunque me temo que también tiene algo de suerte. Al final consige lo que quiere :-)

Salu2 Córneos y de nada, el mérito es leerlos.

 
At 08 enero, 2009 14:17, Blogger George said...

Un gran relato si señor. Y luego me dices que no podrias hacer, grandes relatos, ya te vale.

Chau

J

 
At 09 enero, 2009 21:45, Blogger Javier López Clemente said...

Hola George.

jejejee es que tu me miras con muy bueno ojillos.

Salu2 Córneos.

 

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