La curvatura de la córnea

01 agosto 2009

Mi madre me dijo que no corriera

Mi madre me dijo que no corriera. Iba despacio, o quizás no tanto. Estaba contento. Un relato, inspirado en unos versos de Benedetti que Luís del Val había recitado por la mañana en la radio, rebotaba de aquí para allá. Había cambiado el itinerario habitual por temor a que el aburrimiento fuese un peligro. Noté como la rueda derecha trasera patinaba. La gravilla tamborileó contra el guardabarros. No pisé el freno. Intenté controlar el vehículo con el volante, como había visto hacer a mi padre el día que el Seat 133 dio tres bandazos antes de mandarnos a la cuneta. El Citröen C4 giró noventa grados y supe que no podría meterlo de nuevo en la carretera, una carretera estrecha y parcheada con diferentes tonos de gris. Tras empotrarme contra el ribazo se hizo un extraño silencio. The Boss seguía cantando. La marcha atrás funcionó y regresé a la carretera. Había perdido las gafas y, aunque la luna delantera estaba agrietada, metí primera y continúe el viaje como si nada hubiera pasado. El indicador de la temperatura del agua de refrigeración empezó a subir, entonces me di cuenta de que no llevaba el móvil. Paré el coche. El relato se había esfumado y mi póliza de seguros sólo cubría los daños a terceros. Me alegré de ir sólo. Un peruano me recogió. La llamada para avisar a Migue de que no iba a llegar a nuestra cita para comer me costó dos euros. Le dije que estaba repostando en la gasolinera de Santa Eulalia y que el coche no arrancaba por algún problema en el sistema eléctrico. Era la primera vez que le mentía.
Hoy he pagado la factura de la reparación y he vuelto a conducir. Nada ha cambiado. Los coches siguen circulando por la derecha, la operación salida dejaba bloqueada la autopista y aún me detengo en los semáforos en rojo cuando todavía están en ámbar, como si ese gesto hipócrita fuese una prueba de mi prudencia. Mañana regresaré. Me gustaría hacerlo por la misma carretera que me traicionó pero se que no lo haré, nunca he sido un valiente. Volveré por la ruta de siempre, la ruta que me trajo a Zaragoza, la que transité de noche para festejar bajo su ventana, la carretera que pertenece a la geografía de mi vida.
Mañana, cuando regrese al lugar de mis penas, me la voy a comer a besos por primera vez: Mi madre me dijo que no corriera. Ahora ya no dice casi nada.
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La fotografía de Rosario esta tomada el 9 de febrero de este año en la Plaza del Torico de Teruel

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