La curvatura de la córnea

21 enero 2012

El Licenciado Cantinas y Bunbury pasaron por Zaragoza


La primera vez que escuché Licenciado Cantinas, el último trabajo discográfico de Bunbury, tuve la certeza de encontrarme ante un excelente producto. La impecable manufactura de las canciones, el buen gusto de los arreglos y algunas colaboraciones de lujo daban al disco un encanto especial. Sin embargo faltó algo. No me había emocionado. El fenómeno, por novedoso, me obligó a reflexionar.
Licenciado Cantinas es un disco de versiones con el que Bunbury rinde homenaje al continente sudamericano. Canciones desde Tierra de Fuego hasta Río Grande. Con esa sencilla premisa todo cambió en las audiciones posteriores. El sentimiento no vendría por el manejo bunburiano de lenguaje. Licenciado Cantinas había que escucharlo con los pies. Pasos de baile o parranda. Desde la ranchera a los ritmos andinos. Brújulas naturales para una verbena perfumada por el rocanrol y listas bailar con el conductor de bus, en el ascensor con la vecina o agarrado al tango de la panadera que antes me llamaba cariño.
Que los tiempos han cambiado, también para el público de los conciertos de Bunbury, es algo notorio. ¿Quién iba a decirme que algún día asistiría al Pabellón Príncipe Felipe pertrechado con unos anteojos para el teatro, de los que me serví para saciar mi curiosidad? Desde la pista hasta las gradas comprobé la evidencia. La edad media de los asistentes había subido y eso que, ¡menuda alegría!, había niños dispuestos a verificar todo lo que sus padres han contado a lo largo de estos últimos años. Un público de más cántico y menos avalancha.
Bunbury piel de serpiente y fuego en las pantorrillas salió a escenario dispuesto a romper con la estructura formal de sus últimos directos, y que tradicionalmente dividía en grandes bloques determinados por la personalidad de las canciones. Licenciado Cantinas tuvo en Zaragoza el carácter serpenteante de una verbena y culebreó constantemente de un terreno a otro: Apabullante rockero, un poco de psicodelia y algo Tarantino de guitarra española con acento Tex-Mex. Las poses y las maneras más depuradas, menos estridentes (si eso es posible) y a veces estatuarias de espíritu torero, con varios desplantes arrodillao ante el morlaco del público que disfrutó del Boxing Club con la defensa muy baja, y el vaivén de un tren que nos llevó desde lo festivo hasta el desván de la infancia, la cirugía del dolor y las gotas heroicas, hirientes y llenas de fuego: Bunbury Style en crudo.
El mantra cantinero se adueñó de la noche. Una de esas canciones para subirse a la mesa, apurar la fiesta y soñar que no amanezca. ¡Vamos! Hagan un esfuerzo. Seguro que aún recuerdan la electricidad de cuando una ranchera dinamitaba una verbena de verano para continuar, bendito bolerazo Mister Bunbury, siendo libres dentro de una canción.
La percusión templó la suertecita y mezcló baile popular con rock de palmas. Shhh! Silencio que viene la lenta de bailar agarrado. Las manos en su cintura abarcaron el mundo y ay ay ay regresó un ramalazo breve de cabaret sobre el piano rojo. Un Ohhh! se elevó por las gradas con aroma a despedida y presentación de los Santos Inocentes, músicos en acto de servicio por la causa de un cantante que no flaqueará jamás.
Los bises llegaron porteños. Mirada de melancolía y más enérgico, más contundente, más compacto cuando no hay nada que temer y, por el camino de la debilidad, se llega al Infinito, esta vez sin trompetas. El bajista arrodillado ante la deidad de un público entregado.
Bunbury calificó de complejo y emocionante el tiempo presente que corre en dirección al carajo. Reclamó su derecho a opinar frente a aquellos que, embozados en el insulto a los titiriteros, discuten su presencia más allá del estatus florero. Y que no es para tanto. Que es bueno platicar en las barras de los bares y en las factorías, al fin y al cabo, nunca se convence del todo a nadie de nada.
Al final del final la rueda del vals siguió dando vueltas mientras los bunburianos de sentimiento y corazón alzábamos nuestra proclama: Te esperaremos toda la vida, hasta que llegue el tiempo de las cerezas.

Etiquetas: ,

4 Comments:

At 22 enero, 2012 19:23, Blogger Marisa Lanca said...

Jope! cuánto amor en tus palabras, bunburiano! No fui, pero la descripción es rica-rica. Saludos

 
At 23 enero, 2012 00:12, Blogger Marcos Callau said...

Sí, pude ver el final del concierto al lado del escenario. Y bunbury estuvo bien, la verdad. La Lo vi algo más amable, entregado y delicado con la audiencia que de costumbre, algo cambiado. Y lo que no entenderé jamás es al público que paga por una entrada y llega al concierto cuando solo faltan cinco canciones para que termine... o los que se van antes de terminar... pero, en fin, eso dejémoslo como una personal deformación profesional. Un abrazo, Javier; me alegra que disfrutaras.

 
At 02 febrero, 2012 20:47, Blogger Javier López Clemente said...

Gracias Lanca.
Rica-rica fue la actuación ;-)
UN abrazo.

 
At 02 febrero, 2012 20:48, Blogger Javier López Clemente said...

Ey Marcos
Estuvo más entregado que nunca. Esos arrebatos para ponerse de rodillas fueron novedad total ;-)

Su deformación personal, y ya em entiende, es Sinatra jajaja
Un abrazo.

 

Publicar un comentario

<< Home