La curvatura de la córnea

14 enero 2012

“La Noche de los Triunfadores” Microteatro Zaragoza en el Albergue


Lo llaman microteatro porque está construido con historias que no van más allá de diez o quince minutos de duración. Utiliza lugares poco habituales para una representación y lo hace con aforos muy reducidos. El público tiene la potestad de elegir cuantas de las piezas quiere ver y el orden de las mismas. Se puede elegir una o todas las que quieras. Verlas una detrás de otra o, entre pieza y pieza, acodarte en la barra del bar, comentar la jugada y decidir cual será la siguiente aventura. Ayer probé otra interesante posibilidad. Aconsejado por la organización y tras señalar los platos que me faltaban por degustar, me dejé llevar…
“La Noche de los Triunfadores” comenzó su andadura en el Teatro de la Estación (lo puedes leer aquí) y más tarde se trasladó a las dependencias del Albergue Municipal. Allí nos esperaba Rosamarilla. No, no se hagan los despistados. Ustedes, como yo, conocen perfectamente a esta Star de la televisión. Una mujer especializada en mangonear el picadillo de la vida y servirlo en prime time. La actriz Pilar Molinero tomó posesión de la escalera del Albergue y nos mostró, peldaño a peldaño, la derrota del sentido común frente al share. Los espectadores seguíamos los pasos de la actriz en su conquista del espacio escénico - ese lugar dónde los actores representan la vida- Semejante persecución terminó por resultar natural y excitante. Pilar Molinero deambuló desde los camerinos hasta un plató de televisión. El trayecto nos deparó las confesiones de la estrella y puso sobre la parrilla los combustibles para mantener viva la chispa del directo. Pero lo mejor estaba por llegar. La actriz rompió la línea, que hasta entonces parecía invisible, entre representación y realidad, y nos otorgó a los espectádores un protagonismo que hasta entonces no teníamos. Su mirada y un ligero roce de sus dedos me invitaron a cruzar el umbral. Yo le dije que sí. La afirmación no era para la actriz. Mi aseveración fue para el personaje y ese, señores, es el triunfo más grande que puede lograr una actriz.
No hubo tregua. Desde no me pregunten dónde surgió la figura de un sacerdote. Con educación apostólica nos invito a adentrarnos en la intimidad de una pequeña habitación. El espacio se redujo a la mínima expresión. El sacerdote entre los espectadores prendidos de unas sillas, todos muy juntitos y las convenciones teatrales definitivamente destrozadas. Una tenue luz nos invitó a recordar esos pasajes ocultos por el poder, la vergüenza y los intereses sociales. Antonio Magen moldeó la atmósfera con un brillante ejercicio actoral. Su voz y su gesto, tan cercanos e irremediablemente verdaderos, crearon ambientes cálidos, siniestros y, tras un susurro junto a mis orejas, inquietantes. La experiencia fue turbadora. Les confieso que llegué a olvidar que Magen era un actor. Su mirada, los deslumbrantes cambios en el registro dramático y la inflexión de sus palabras suministraban ritmo cardíaco a un hombre mecanizado por las piezas que contiene el calidoscopio de la maldad humana.
A estas alturas de la función ya tenía bastantes emociones en el cuerpo. Quise marcharme pero el taquillero, entre la amabilidad y la amenaza, me invitó a que utilizará la última de mis entradas. Al fin y al cabo, me dijo, usted ya ha pagado. Le hice caso.
En la bodega del Albergue nos esperaban unos comerciales muy eficientes. Comprar un producto bancario, aunque hubo épocas gloriosas, siempre fue un poco farragoso, sobre todo para ciudadanos, como quien esto escribe, poco duchos en menesteres económicos. Pero lo que en un principio me pareció financiero, muy pronto se desveló biológico. La banca, queridos amigos, va en pos de nuevos nichos de negocio y ha entrado, definitivamente, en un nuevo concepto de obra social y humanitaria. Irene Alquézar y Rafa Blanca lograron que me partiera de la risa y con decirles eso ya sería suficiente. Carcajadas que unas veces fueron desternillantes y algunas otras un poco acojonadas. Sin embargo quisiera poner en valor el apabullante despliegue gestual y vocal de ambos actores. Una cascada de mínimas sugerencias que, disparadas una detrás de otra y a velocidad de vértigo, tuvieron la virtud de provocar momentos hilarantes hasta que el movimiento y el sonido se detuvieron en un breve segundo. Paréntesis de silencio para reír nervioso o temblar. La representación fue tan generosa en la entrega y tuvo tanta energía, que abandoné el espacio aturdido por el miedo que se había instalado en muchos órganos vitales, y no tanto, de mi cuerpo. Si aquello dura un poco más ¿Quién sabe que tipo de contrato hubiera firmado un servidor?
Santiago Meléndez es el autor y director de “La Noche de los Triunfadores” De su mano han surgido unos textos brillantes, capaces de dotar a cada uno de los personajes de las palabras adecuadas para potenciar sus particularidades. Las historias siempre tienen el matiz inteligente de la ironía, con la clara intención de incitar a la complicidad activa del espectador, que se sienta involucrado. El trabajo de dirección parte sin lugar a dudas de ese excelente material literario para personalizar cada escena con gran variedad de registros. Una labor, que se me antoja muy íntima entre director y elenco de actores, y que se traslada a la piel del espectador, destinatario final de este banquete teatral que, aunque alejado del espacio escénico tradicional, contiene todos los valores del buen teatro con mayúsculas. Lo llaman microteatro pero sus dimensiones son gigantescas. Todavía me duelen las manos de aplaudir.
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Aquí toda la información sobre fechas y horarios.

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