La curvatura de la córnea

09 diciembre 2014

La tiranía de Podemos





Es posible que alguno de mis tan queridos como improbables lectores esté afilando sus argumentos ante el título de este post. A ellos y a todos los demás les invito a un viaje en el tiempo, cuando en la Grecia Arcaica del siglo VIII a.C. la tiranía se presentó como la manera de solucionar las crecientes tensiones sociales que se producían en las poleis.
El término “tiranía” es un préstamo de origen libio que definía una nueva situación política y vendría a traducirse como “señor”. En este contexto primigenio no arrastraba las connotaciones negativas que adquirió con posterioridad, cuando la aristocracia gobernante sintió que su predominio político corría serio peligro gracias a su inoperancia para solucionar el creciente endeudamiento de la población campesina que constituía el eje principal de las ciudades-estado griegas. Pero también por la intransigencia ante unos ciudadanos que pretendían una mayor participación política. Estos errores de los que ostentaban el poder terminaron por debilitar las estructuras de un estado todavía poco consolidado desde el punto de vista político y social. La tiranía, por tanto, fue consecuencia directa del fracaso de la aristocracia para enfrentarse a un cambio social.
Juan Carlos Monedero pone el foco sobre el paradigma que sitúa a Podemos en una situación similar a la que propició la aparición de las tiranías griegas, y afirma que su partido “emana netamente de la ciudadanía, sin ningún tipo de ingeniería externa, como ocurrió durante la Transición. Podemos es deudor del 15M y del movimiento asambleario, también de la crisis de los partidos políticos y sus errores.”
El concepto “élite” es otro de los factores que emparenta la tiranía con los líderes de Podemos, una élite marginada del poder por el actual sistema electoral que prima a las grandes formaciones políticas. Es verdad que la utilización del término “élite” puede llevarnos a terrenos resbaladizos, y por eso quiero dejar claro y que lo utilizo exento de cualquier connotación negativa: Las caras más visibles de Podemos pertenecen a la élite de jóvenes españoles que se han beneficiado de una buena capacitación intelectual obtenida en las aulas de nuestras universidades públicas, una nueva dicotomía en el eterno imaginario de las dos Españas: Frente a los que sitúan el foco en los jóvenes ni-ni del botellón y el fracaso escolar que dejaba las aulas vacías para coger la paleta de la construcción, surgen desde las tripas de la indignación ante la gestión de la crisis económica otra versión de joven que, más allá de su preparación intelectual, se organiza ante la inoperancia oficial por ofrecerles un futuro mejor y deciden que la participación política activa de la ciudadanía es el ingrediente fundamental para encontrar soluciones radicalmente diferentes a las que nos imponen los actuales gobernantes. Esa podría ser una de la claves que explicaría la heterogénea procedencia de los potenciales votantes de Podemos.
Esta situación es novedosa en el panorama político español y provoca que las élites establecidas reaccionen con una elevada dosis de resquemor a estos nuevos tiranos que, en lugar de acomodarse en las burbujas del sistema, han decidido enfrentarse a una irrespirable oligarquía. Pero para que todo este cambio social se pueda implantar es imprescindible contar con el actor más importante del elenco: El voto de las clases populares y los dirigentes de Podemos son conscientes de ello, por eso fomentan y alientan el espíritu crítico, refuerzan la conciencia política y, por lo tanto, ayudan a la refrescante regeneración democrática de un sistema agotado por la colonización partidaria de las instituciones y la corrupción a calzón quitado, o como dice Ada Colau “viene un curso político trepidante y con más esperanza que nunca. Porque somos una generación que en muchos casos o no hemos votado o lo hemos hecho muchas veces tapándonos  la nariz /…/ También la ciudadanía se está movilizando de forma muy amplia.”
La irrupción de Podemos ha abierto las ventanas del edificio para que el aire fresco se lleve los olores a moho. Así que muy pronto tendremos que pensar si este edificio en el que todos vivimos necesita de una mano de pintura, una profunda revisión de las instalaciones básicas de electricidad, agua y sumideros, o si su estado es tan precario que precisaría de una demolición para partir desde unos nuevos cimientos. Ese debería ser el debate político de fondo, ¿y tú qué piensas tan querido como improbable lector? ¿Reforma o demolición?

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1 Comments:

At 05 febrero, 2015 00:29, Anonymous Anónimo said...

Quizás con una buena reforma sea suficiente, eso se verá cuando se pueda hacer una buena inspección del estado del edificio...
Muy buen artículo.
Isabel

 

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